Si el objetivo de la ficción en contar una historia, independiente de si usa recursos realistas o no, una de las alternativas que dispone es el emplear un medio tan vinculado a lo real como el documental. Quizá, retorciendo un poco los medios de este para usarlos a su favor, es posible hacer con ellos lo contario para lo que habían sido pensados: narrar algo que no ha sucedido, presentándolo como si fuera verídico. ...en la mayoría de los casos, este factor despiste se aprovecha de forma que no se sepa si eso ha sucedido o no, como sucedió con El proyecto de la Bruja de Blair. En otros casos, se juega con el lenguaje para recrear una historia alternativa, como en Estados Confederados de América. El falso documental (aunque su traducción en inglés, mockumentary, suene mucho mejor) se mueve a menudo en ese campo y a veces, emplea recurso de otro género, tan agotado ya como es el metraje encontrado, para recrear temas donde precisamente lo inmediato, lo oscuro y lo escabroso tienen un peso importante, como pasa a menudo en el true crime. Una idea que en 2007, pasada ya hace mucho la sorpresa de El proyecto de la Bruja de Blair, pero cuando todavía quedaba lejos la afición masiva por la crónica negra (de la que me declaro seguidora. Algunas de mis mejores liquidaciones surgieron al amparo de las tropelías de Landru), se mezclaban en una cinta donde seguían, aparentemente, el descubrimiento de los crímenes cometidos con impunidad por un asesino, en una pequeña ciudad de Nueva York.
Debido a lo limitado de la trama, el recurso, hacia mitad del metraje, empieza a agotarse e un poco y cae, por un momento, en lo derivativo: todo es terrible, aterrador e inhumano, y la parte central donde se explayan con las tropelías cometidas por ese protagonista al que el espectador no llega a ver empiezan a resulta run poco agotadoras. Una situación que corrigen adecuadamente con el cambio de enfoque, al centrarse en las labores de investigación, y sobre todo, en un desenlace donde el horror que habían estado sugiriendo durante los primeros sesenta minutos golpea con fuerza, haciendo que el cierre de esta crónica imaginada resulte desasosegante.
Con una premisa tan simple como “un asesino tremendo anda suelto, no tenemos ni idea de cómo detenerlo, y lo que es peor, tampoco sabemos donde se ha metido”, las Cintas de Poughkeepsie juega hábilmente con el formato documental mediante una narración que emplea los recursos de la crónica negra y consigue inquietar con un arquetipo tan básico, pero tan aterrador como esa persona sin rostro, que puede acechar a cualquier inocente. Sin mostrar su presencia, sin dotarlo de una personalidad más allá de sus sadismo e inteligencia, crean una figura imposible de olvidar e incluso de igualar.Salvo por…el carnicero de Rostov. El hijo de Sam. El petiso orejudo. El asesinato de Jinko Furuta, o el caso de Hello Kitty. Es probable que haya alguien ahí fuera que haya superado con creces al asesino imaginario de Poughkeepsie.