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lunes, 18 de noviembre de 2013

Lecturas de la semana. Por entregas (I)


 
Esta semana, cambiamos de género. Después de una media docena de libros de terror había que variar, y si hay otro género que me divierte, pero que hasta ahora no había podido acceder mucho a él por lo viejuno de las ediciones, es el folletín. Vamos, las novelas por entregas o los libros populares de finales del siglo XIX y un poco más adelante. Hoy las que más se recuerdan son las de personajes populares como Fantômas o Rocambole (este último, queda para la siguiente entrada), aunque tampoco faltaba el correspondiente sector de romances trágicos y secretos familiares. También es cierto que incluir estos dos libros en esta categoría no sería correcto, pero la temática es relativamente parecida, y por algo se empieza.

 


Emilio Carrere. La copa de Verlaine. Si La Torre de los Siete Jorobados sí se acercaba más al folletín, esta recopilación de textos es una visión de la escena bohemia que se paseaba por Madrid a principios de siglo. En realidad esta era de todo menos glamorosa y creativa, porque el retrato que hace, con humor y picaresca en unos casos, y con drama y tristeza en gran parte de ellos, refleja lo que podía verse en las zonas menos respetables de la ciudad: desde poetas principiantes, mendigos, y oficinistas sin recursos. Aún con ciertos homenajes, porque La Copa de Verlaine se abre con un texto dedicado al poeta, y un capítulo dedicado a Edgar Allan Poe, la mayor parte de este se lo dedica al mundo de las tertulias nocturnas que el escritor conoció en su momento.

Tampoco falta la crítica, especialmente al referirse a los grupos de malvividores que se mezclan entre los escritores, viviendo a base de préstamos y de bastante cara, y especialmente, de los libreros y los editores, e incluso de algunos traductores sin mucha idea.

El libro es disfrutable tanto por su escenario como por su estilo literario. Con el tiempo me acostumbré (y disfruté) a narrativas bastante directas, sin florituras y sin más interés que contar la historia, para bien o para mal. Carrere es el primer escritor modernista que he vuelto a leer sin la sombra de la profesora de literatura amenazándome tras un examen: no falta un lenguaje mucho más elevado que el habitual, unas cuantas palabras que hace mucho que no encuentro en el diccionario, y un lirismo que acompaña a todo el escrito, sin resultar recargado en ningún momento. Además, es divertido encontrar a personajes literariamente respetables como Valle Inclán o Antonio Machado entre las tertulias que describe..Especialmente cuando cuenta que este último vendía sus libros para pagarse los cafés. Esto en clase no me lo habían contado…

 

No encontré la portada del otro pero esta es bastante significativa
 
Eugene Joliclerc. Le Sang. Este debe ser el primer autor del que no he encontrado nada en Internet…al menos, que se refiera a su biografía, porque algunos de sus libros todavía pueden encontrarse en google books. Por eso no sabía muy bien qué iba a encontrarme cuando empecé a leerlo, y más teniendo en cuenta que el resto de sus novelas tenían nombres como “Fausse Volupté”, “Au Harem” o “Une Femme du Monde”. No tenía muy claro si había dado con los equivalentes de 1900 a 50 sombras de Grey, pero Le Sang es más bien un novelón trágico y romántico para las señoras de la época. Y eso implica que su argumento y muchas de sus situaciones y diálogos son cliché, en el mejor de los casos, y anacrónicas en el peor.

La historia empieza con la baronesa de Gainville, en Normandía, adoptando a una pequeña huérfana, e hija ilegítima, con la que colma su deseo de ser madre. Esta, al crecer, se promete con el sobrino español de su madre adoptiva, Gervasio de Cienfuentes (igual para los lectores francófonos el nombre es el colmo de lo exótico), pero esta se encuentra dividida por sus orígenes humildes, que la alta sociedad le recuerda continuamente, y la aparición de su amigo de la infancia, a quien todavía no ha olvidado.

 Para ser una de esas novelas que ocupan una década, es bastante breve. Debe ser porque el autor recurre al truco de matar personajes al final de cada capítulo y hacer que pasen veranos, o quinquenios, como le vaya mejor para poder terminar el argumento. De este, y las situaciones que desarrolla, son tópicos puros hasta el punto de ser pura comedia involuntaria: los nobles van por ahí adoptando alegremente, las mujeres estériles lloran y se emocionan mucho con cualquier cosilla. Y los médicos…esos son harina de otro costal. Porque en todo buen drama no puede faltar uno que suelte perlas como confundir una insolación con una angina de pecho, o diagnosticar las fiebres que sufre la protagonista como una depresión causada por el calor de Biarritz (como vecina habitual del Termómetro de los 50 Grados,  he encontrado esto particularmente cómico).

Desde luego, si me hubiera aburrido, no lo habría terminado, ni tan rápido. Pero el estilo estaba muy pensado para abarcar a un público muy amplio, y es asombrosamente simple, tanto en narración y gramática como en vocabulario, como para ser uno de los textos más sencillos que he leído en mucho tiempo.

2 comentarios:

José Miguel García de Fórmica-Corsi dijo...

De Emilio Carrere son muy disfrutables los relatos que ha publicado Valdemar en varios antologías, siempre al cuidado del especialista Jesús Palacios. Relatos que desbordan ese gusto por el casticismo tan propio del autor pero que saben guardar la debida ironía y que, además, tiene un saborcillo antañón muy agradable. La única novela que me he leído de él, la famosa "La torre de los siete jorobados", ya es más irregular (quizá por lo amorfo de su factura: está hecha "cortando y pegando" relatos previos, y una buena parte no es de Carrere).

Renaissance dijo...

La torre de los siete jorobados me gustó, por ser lo primero que leí del autor y quedarme con todas sus ventajas sin reconocer los defectos. Aunque es cierto que en la novela se reconocen otros textos. Mismamente, uno de los personajes de La copa de Verlaine aparece después copiado punto por punto en La Torre.

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