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jueves, 30 de julio de 2015

Lecturas de la semana. Misma antología, distintos libros


El dirigir un libro a un público, especialmente cuando este es de terror, no se refiere, en el mejor de los casos, a la cantidad de animaladas que puedan incluir por página. O, bueno, lo es en la mayoría de los casos, pero es un recurso distinto. En realidad, muchos temas del fantástico tratan temas relacionados con los temores del mundo adulto, aunque los acerquen a lo sobrenatural, y donde prima la atmósfera sobre la ambientación. Esto hace que en algún momento, su lectura sea mucho más densa, desconcertante, o por qué no, aburrida, si el lector esperaba otra cosa.

Fue el caso, hace algunos años, de  una antología de relatos que intenté leer. Colección que además había sido dividida en dos volúmenes por la editorial española, cosa algo incomprensible porque no era un tomo tan gordo como los que se pueden ver hoy. Quizá por algún tipo de política en la edición, al tratarse de relatos y no una novela. O tal vez porque en la fecha en la que se publicó, parecía que los únicos que tenían patente de corso para sobrepasar las 600 páginas eran Stephen King y Anne Rice. En todo caso, la decisión fue muy poco acertada: aunque la portada indica que ambos libros deben leerse de forma complementaria, el prólogo se quedó en el primer tomo, donde mencionaba de forma somera todos los relatos…incluidos los que aparecían en el otro.

 

De este modo, una selección de cuentos llamada Prime Evil se convirtió en Escalofríos y Pesadilla (porque, siendo de terror, no las iban a titular “Azúcar” y “Cosas bonitas”), donde Douglas E. Winter, el compilador, además de explicar los criterios para elegir los cuentos, exponía un poco su visión del género terrorífico. Principalmente, explicando que las buenas novelas eran metáforas de terrores reales, lo que podría representar cada monstruo y lo que opinaba del mercado masivo del género. Leído hoy, queda bastante pretencioso, todo el rato empeñado en las metáforas, lo trascendente y lo mal que está el mundo. Pero es algo que entiendo perfectamente: leí varias novelas de la misma década de este libro, a finales de los ochenta, y lo que ofrecía el género era entre flojo y repetitivo. King podía ser uno de los mejores, pero a gente como Richard Laymon o Shaun Hutson sí  que les debían pagar por cada párrafo truculento.

Este prólogo, además de explicar que los escritores contratados habían tenido toda libertad para aportar el relato que quisieran, parecía prometer más de lo que entonces tuve: ambos libros se quedaron o bien leídos a saltos, o bien con algún cuento que no fui capaz de terminar por puro aburrimiento o no entenderlo. El que entre los autores se encontrara Thomas Ligotti, uno de mis favoritos hoy, confirma que entonces no fue el mejor momento para leerlo, y que esta vez pude apreciar tanto a este como el estilo del resto de colaboradores. Y que, como lo que releí fue la edición española, prefiero separarlos en los dos tomos igual que esta.

 


Escalofríos. Además del prólogo para toda la antología, este tomo incluye a los autores más conocidos de entonces: King, como siempre, en la cabecera, pero también un relato de Clive Barker, e incluso de M. John Harrison, quien habitualmente escribe más ciencia ficción, pero que cuando le da por el terror, es capaz de crear atmósferas muy extrañas y muy de pesadilla. Exceptuando El aviador nocturno de Stephen King, que hoy es uno de sus clásicos, parte de estos cuentos se caracterizan precisamente por recurrir a ambientes, planteamientos…y en el caso de Barker, ya señalan que el cuento aportado no incluía el gore marca del autor. Quizá esta primera parte recurra a los temas más propios del terror, al menos, todo lo que puede aproximarse una antología como esta. Y, siendo técnicamente el primer tomo, no dudan en recurrir al nombre de Stephen King como reclamo. Que, aunque su visión sobre los vampiros que aporta aquí es interesante, el resto de cuentos también aportan la variedad y estilo que intentaban anunciar en el prólogo.

 


Pesadilla. Esta segunda parte incluye los relatos más complejos y que confieso que debió quedarme a medias entonces. Si la primera contaba con los nombres más conocidos, esta cuenta con otros que sonaban, pero quizá no tanto: Peter Straub, Ramsey Campbell, Thomas Ligotti, e incluso un relato aportado por alguien con una carrera más variada como es David Morrell, quien para más señas, es el autor de Primera sangre.

Además de lo variado de los escritores, recurrían a temas como la percepción de la realidad, la guerra, la culpa e incluso las memorias traumáticas, en el caso del relato de Straub, que es uno de los más duros de la colección. Y que, precisamente por lo variado, y por no estar ligado a los clichés de lo sobrenatural de los que tanto se quejaba el recopilador en el prólogo, hacen que sea una lectura muy interesante y que hoy pueda recuperarse, bien como una antología completa o como dos entregas.

 

 

 

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