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jueves, 3 de septiembre de 2015

Operación U.N.C.L.E. (2015). Los sesenta, la película



Cuando a finales de los noventa se anunciaba una película “basada en una popular serie de los sesenta”, aquello era para echarse a temblar. De lo que se hizo en esos últimos cinco o seis años, las comedias querían ser tan irónicas y tomarse tan poco en serio, que acababan por no hacer gracia a nadie. Las de acción, parecían una excusa para empaquetar un blockbuster lleno de escenas de acción y de mostrar a tutiplén unas infografías que vistas hoy cuando las pasan en la tele, llevan peor el paso del tiempo que cualquier efecto especial tradicional. Hay excepciones, como las cinco entregas de Misión imposible, pero solo hace falta recordar aquella versión de Los vengadores con Uma Thurman como ejemplo de lo que puede pasar. Por eso tras aquella fiebre de versiones, el trailer de Operación U.N.C.L.E., con su estilo de acción más seria, me hacía dudar bastante. Pero, por un lado, no sabía nada de la serie, solo que en mi casa la conocían como El agente de CIPOL y su temática de agentes secretos. Por otro, el director era Guy Ritchie, cuyo estilo de dirección, desde Snatch a Sherlock Holmes, me había gustado mucho (más la primera que su secuela. Y vamos a fingir que Barridos por la marea nunca ha sido filmada). Al menos, las expectativas eran algo mejores esta vez. Y en el peor de los casos, todo podría quedarse en una película de acción similar a Misión imposible.





En realidad ahí estuvo el primer error, porque el guión recurre a mantener la época original de la serie: son los años sesenta, y Napoleón Solo, un antiguo ladrón de guante blanco metido a espía, debe sacar de Berlín oriental a la hija de un científico desaparecido, del que se sospecha que ha sido secuestrado. Como la posibilidad de un físico nuclear fabricando armas para una organización terrorista es mucho peor para el orden establecido que el quítame allá ese telón de acero, ambos bloques deciden trabajar juntos y Solo tendrá como compañero a Ylya Kuryakin, un agente del KGB, y a Gabi, la hija del científico y experta mecánica. El objetivo es descubrir lo que sucede en unos conocidos astilleros italianos, de los que se sospecha que están ligados a la organización terrorista y donde puede estar llevándose a cabo la construcción de una bomba nuclear.

 



El primer acierto de esta versión ha sido precisamente mantener la época original. En lugar de tirar por lo fácil y enseñarle al público lo que conoce, optan en cierto modo por una película de época. De la guerra fría, que a fin de cuentas, es una época determinada. Esto implica un mayor esfuerzo a la hora de establecer los escenarios, personajes e incluso forma de pensar, pero también supone el contar con una situación mucho más concreta y reconocible, como es la guerra fría, en lugar de la organización y misiones más genéricas que salen en muchas producciones posteriores al 2000. Los diálogos y las actitudes, especialmente las de los jefes de los protagonistas, cuentan así con una mayor carga, más ideas y también más mala leche. Pero también el mantener este escenario hace que visualmente, se disfrute mucho más. Porque este está cuidadísimo, explotado al máximo pero también lleno de detalles. Desde los escenarios más desvencijados de Berlín occidental, hasta los excesos de un hotel de lujo en Roma, pasando por cosas tan nimias como el mobiliario funcional en un apartamento franco, en una escena que, apenas durando dos minutos, no se han olvidado de incluir hasta el más mínimo elemento…Y es que cuando es posible reconocer los muebles de contrachapado y las butacas de skay, se lo han currado a base de bien.

 


A partir de esta estética y la atmósfera es cuando se empieza a notar también la intención de la película. Porque, frente a los escenarios más grises y secos de Berlín, que hacen pensar en las producciones de espías tradicionales, todas las secuencias de Roma son una verdadera locura: excesos en los interiores, en los decorados, donde no falta lo más moderno de lo que era moderno en los años sesenta…y hasta en los vestuarios. Porque algunas secuencias, como una fiesta para la alta sociedad, son un desfile de interpretaciones histriónicas, atrezzo pasado, y unos modelos que parecen sacados de un anuncio de Ferrero Rocher o de los que echaban en los cines hace más de veinticinco años. Al princpio resulta chocante comparado con la sobriedad anterior, después se le pilla el truco, y es imposible no apreciar todo ese trabajo y exceso y tomárselo a broma, que era lo que pretendían. Al igual que el retrato que hacen de los italianos, donde, también con bastante humor, la mayoría de figurantes quedan reducidos a caricaturas con bigote y actitudes prepotentes. Todo también muy de entonces y planteado con muy mala baba.

 

Si con determinadas secuencias se nota que la historia, en cierto modo, no va muy en serio, se confirma a partir del tratamiento de la trama y de determinadas situaciones. Todo el mundo de los espías se plantea de forma muy irónica, explotando mucho la paranoia, y con eso también, las bromas a costa de la tecnología de la que se disponía en los sesenta: hay micrófonos hasta en la sopa, agentes hasta en el parque, y en general, nadie se fia de nadie. Un poco con el tono Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, pero mucho más ligero. Incluso las secuencias de acción se plantean de forma similar y bastante brillante: si ya a la hora de presentar esa Roma de anuncio de televisión se notaba que no iba en serio, a estas se acercan en el mismo estilo: gran parte de las persecuciones y explosiones se solucionan con la técnica de la pantalla partida en varios planos, haciendo que la duración de estas se reduzca muchísimo. O directamente, optan por presentarlas en un segundo plano, en uno de los mejores momentos de la película, donde se ve a Solo haciendo algo completamente anodino (y chocante) mientras su compañero es perseguido dramáticamente una y otra vez. Porque, seguramente hemos visto muchas películas donde vemos al héroe huyendo de los malos. Pero ninguna donde enseñan lo que hace su compañero mientras.

 
 
La estética y el humor son una de las mejores bazas de la película, donde sorprendentemente, consigue mantener el equilibrio con los momentos dramáticos. Pero el guión en comparación, ha quedado a ratos muy simple, y a ratos muy poco cuidado. La trama de la hija del científico secuestrado es algo que debe componer el 30% de las historias pulp y un 60% de las de los años sesenta, por lo que lo importante aquí no sería el qué cuentan, sino como (o directamente, verlo un poco como un guiño irónico). Pero pese a cuidar tan bien todo lo relativo a la guerra fría, se han olvidado de los antagonistas. Que sean una organización terrorista, de acuerdo, pero en un momento de la película, se sacan a los nazis de la manga para mencionarlos en un momento, y olvidarse por completo del asunto. Porque, parece que exceptuando lo de incluir a un villano que todavía podía estar reciente en los sesenta, ni es relevante para la trama ni hacía falta. Y mucho menos, con un antagonista principal como el que tienen, igual de exagerado y tremendo que la estética, pero que le pega muy bien que todo eso de los nazis. Los personajes, a ratos, tampoco funcionan demasiado bien: aunque la química y los piques entre Solo e Ylya sea lo más cuidado, y estos cuenten con la mayor simpatía del público (especialmente el segundo), la aparición de Gabbi se queda en una inclusión un poco forzada de “chica de la película”, donde los intentos de introducir una trama romántica con uno de los personajes resultan artificiales y carecen de frescura. No sé si llegara a haber una segunda película, pero espero que en ese caso pulan un poco esto último, o si no resulta, eliminen esa trama.

 

Operación U.N.C.L.E. es una de esas películas que, en cierto modo, hay que pensar un poco antes de decidir si han gustado o no. Su forma de narrar un poco chocante hace que al principio de la impresión de no estar claro si es una broma, en serio, o si les ha salido mal. Algo que también provoca en algunos momentos, la manía del director por seguir utilizando un montaje acelerado e incluir flasbacks donde no hacían falta, solo por una especie de manía de mantener una estética moderna. Pero una vez superado el desconcierto, funciona: los personajes principales, el contraste entre lo serio y lo exagerado, e incluso la música de fondo, hacen que sea una de esas veces en las que un intento de filmar algo con un punto de ironía pero respetando el material original, funcione.

 

 

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