Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

lunes, 30 de noviembre de 2015

Los aristogatos (1970). Gatos. Que tocan jazz. En París ¿¡Pero qué más necesito!?



Aunque me gustan los gatos, no pasa lo mismo con las ficciones protagonizadas por estos. Acabo sufriendo más por estos personajes que por cualquier otro protagonista, y eso hizo que no pasara de un tomo de Los gatos guerreros o que estuviera moqueando desde que abrí La canción de Cazarrabo hasta que cerré el libro en la última página. Al final me quedo con apariciones más anecdóticas, como las que estos tienen  En busca de la ciudad del Sol Poniente, de H. P. Lovecraft y…bueno, ¿qué historia puede ser más ligerita que un musical de animación de Disney en su época clásica?

 


Los aristogatos es precisamente eso: una película eminentemente musical, donde la mascota de una cantante de ópera retirada es nombrada, junto a sus tres cachorros, heredera universal. Para desgracia del mayordomo, que no está por la labor de ser sucesor universal de cuatro mininos y que decide deshacerse de ellos de la manera más aparatosa, y menos grave, posible: abandonándonos en el campo en medio de la noche. Por suerte para Duquesa y sus pequeños, un gato callejero se cruza en su camino y se ofrece a llevarlos de vuelta a su hogar, en un viaje a través del campo y las calles del París de la Belle Epoque, donde deambulan también unos cuantos animales muy particulares e incluso una banda de gatos aficionados a la música.
 



La película, vista hoy, está pensada exclusivamente para los niños: no hay dobles sentidos, ni chistes pensados para los adultos, ni siquiera un mínimo de tensión. Pese a los primeros minutos con los protagonistas abandonados a su suerte, a punto de ahogarse o huyendo del malvado (que más que malo, es tonto), no hay una verdadera sensación de peligro, sino que estos estarán pronto a salvo para la siguiente canción, muy lejos de lo que le pasaba a la protagonista y su amigo en Une vie de chat. Incluso la opinión de O´Malley, el gato callejero, sobre los humanos y su falta de interés por los gatos, es mucho más suave de la que podría verse muchos años después en Bolt. Incluso el guión, visto hoy, hace patente toda esta simpleza: es muy difícil tomarse en serio una trama sobre gatos herederos de fortunas si se tienen más de ocho años.

 


Que sea un guión de animación muy distinto al nivel y profundidad que se alcanzarían décadas después, no quiere decir que hoy haya perdido. Puede haber envejecido mal por cuestiones de fondo, pero no de forma: el humor de la película es puramente gestual, basado en tropiezos, caídas y persecuciones llevadas al extremo de lo complicado y que hacen reír a su público por su carácter más circense. Y, como musical que es, son los números lo más importante para la película. Cuando no hay canciones, se pueden pasar un buen rato hablando con rimas, y cuando las hay, estas son de lo más pegadizos y en algunos casos, verdaderos vídeos musicales como el de la parte central.

 


Si no es posible apreciarla del todo por un guión tan simple y ligero, sí se puede disfrutar de la animación. Algo que con siete años no parece importante pero que sí lo es cuando es posible apreciar los detalles caricaturescos de los personajes humanos, otros tan puntillosos como el pelo de Madame, con trazos muy específicos en algunas escenas, la mezcla de colores alocada en los números musicales y especialmente, con las ilustraciones fijas de las calles y mansiones de París. Y como añadido, el poder apreciar todo el humor que suponen los distintos acentos que los personajes tienen en el idioma original.

Los aristogatos es una de esas películas que, igual que Mary Poppins o La bruja novata, siempre estaban disponibles en los videoclubs o de las que las cadenas echaban mano alguna tarde como parte de la programación de vacaciones. Una película que hoy, menos por los números musicales, parece haberse quedado muy pequeña, pero que, si hoy no parece divertir solo por el humor gestual y el recurrir a animales parlantes, sí puede disfrutarse por el desparpajo de sus números musicales y sus bonitas ilustraciones.

 

jueves, 26 de noviembre de 2015

The Conspiracy (2012). Para ser sociedades secretas, no se esconden mucho.



El formato de grabar en primera persona no se ha quedado en dar botes en un edificio vacío. Bueno, lo de mover la cámara es algo que se sigue haciendo en todos, pero con el tiempo ha demostrado que es posible contar una variedad de historias que no esperaba el público, con mayor o menor fortuna. Desde logros como REC o El cazador de Trolls, experimentos curiosos como As Above, So Below u otros que se van salvando, como The Pyramid (me ganó por los gaticos momia, lo reconozco), hasta los ue cansaron, como VHS. En su mayor parte, también estaba ligado al género terrorífico, aunque es igual de válido para presentar algo más alejado de los monstruos que se ven desde una esquina.



The Conspiracy opta por plantear un documental sobre el mundo de las conspiraciones. O en concreto, cómo las ven determinadas personas. En concreto, sus protagonistas siguen a un paranoico cualquiera para reflejar su visión del mundo, poblado por grupos en la sombra y catástrofes planificadas por órdenes superiores. Es tras su desaparición cuando los protagonistas (al menos, uno) decide seguir las notas dejadas por este, buscando...bueno, ni idea, porque no queda claro. Pero es en las anotaciones de alguien a quien no tomaban en serio donde encuentran menciones al club Tarsus, un grupo formado por personas influyentes y cuyas intenciones se esconden tras definiciones muy vagas como "intercambio de ventajas", "sinergias y conocimientos" y "nuevo orden mundial". Y es, gracias a continuar con su investigación, cuando se les presenta la posibilidad de infiltrarse en una de sus reuniones.

Tras docenas de películas muy apegadas al tema de los monstruos o a las investigaciones informales, este guión se agradece por la novedad de la idea:  recurrir a la realización de un documental sobre una actividad y teorías que son familiares gracias a los programas del Canal Mega. Y la ventaja principal de esta realización es su formato, gracias al cual la calidad de cámara se mantiene en buenos niveles. es solo en el último tercio, donde empezaría la parte más interesante y más movida, cuando se recurre a una calidad de imagen más modesta. Pero lo cierto es que también debido a su montaje, el cambio de montajes está muy bien medido y los períodos de tiempo  en que la filmación se hace más catótica, mucho más dosificados. Además, todo el tema del documental va vinculándose a la trama de una forma bastante ingeniosa.



Otro elemento a favor es, sorprendentemente, los personajes: en este género no suele dar tiempo a que estos estén bien caracterizados, o en el peor de los casos, son las caricaturas más insufribles que se pueden aguantar hora y veinte. Aquí son, cuando menos, correctos: se les caracteriza como profesionales que llevan a cabo una labor periodística, y a través de la cual se va conociendo sus rasgos e intereses. Por eso cualquier intención de incluir gracias se ve minimizado, incluso ante un personaje tan risible como el teórico de la conspiración, al que los protagonistas tratan, bien con un poco de ironía fuera de cámara, pero siembre con respeto. Solo con hacer que los personajes no sean una panda de resabiados a los que el público quiere que se los carguen cuanto antes, tienen media película ganada.



En realidad las ventajas se quedan aquí, por que la producción es en el fondo, muy correcta. La idea está bien, los protagonistas también, y está bien, incluso muy bien, realizada. Pero eso es lo mejor que se puede decir de ella. Se ve un poco para pasar el rato, sin que aburra y sin que emocione, pero también procurando no fijarse mucho en los fallos de guión que salen: que una sociedad secreta vaya por un bosque invocando a mitra y montando un ceremonial teatrero digno de un comic de Adèle Blanc-Sec o una novelita de Harry Dickson tiene su gracia, pero no sentido. Como tampoco lo tiene el que los protagonistas se encuentren con los secundarios que en el momento adecuado, los pasen toda la información y medios que  necesitan para llegar al desenlace. Tampoco voy a quejarme porque he visto otras películas de cámara en mano muchísimo peores que esta, y al menos en este caso se han propuesto ofrecer una idea distinta y mejor planteada.

The Conspiracy no es la película del año. Ni del mes, pero sí para echar una tarde cuando no hay otra disponible y ver algo que entretiene con la que se queda un buen sabor de boca. Y a la que hay que reconocer que el tono de conspiración y manipulaciones variadas sí  que lo han clavado, siendo precisamente uno de sus puntos fuertes. Además de ser recomendable el prestarle un poco de atención a los créditos finales, que incluyen un guiño bastante ingenioso.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Z Nation (2015). Esta vez sí que va en broma.



Cuando el año pasado se estrenó Z Nation, en su primer capítulo no quedaba muy claro qué pretendía: su aspecto cutroso, diálogos de serie Z y personajes sacados del mismo cajón daban la impresión de ser una versión Asylum de Walking dead. Hicieron falta un par de capítulos más para que la opinión fuera cambiando y la serie encontrara un hueco donde esto tuviera más sentido: el de la comedia y el de no tomarse en serio el guión.


A partir de la segtunda temporada, esta idea terminó de cuajar volviendo su premisa mucho más alocada que al principio: Murphy, el único inmune a las mordeduras y posible esperanza de encontrar un antídoto, ha desarrollado el poder de controlar a los zombies. Los supervivientes encargados de llevarlo al laboratorio han sufrido bajas en su grupo y su misión se ha complicado con los cazarrecompensas que buscan a Murphy y con los Zeros, un cártel que se ha beneficiado de ser la única fuerza armada que ha quedado tras el Apocalipsis. Además de encontrarse a todo un continente de su destino, debiendo atravesar unos Estados Unidos poblados  por zombies mutados por la radiación, hibridados con plantas y hasta con alienígenas. Todo, en medio de las dudas que no quedaron resueltas la temporada anterior: ¿Qué ha sido de ciudadano Z, que guiaba a los protagonistas por radio desde su base en el Norte? ¿por qué un tipo con unos poderes dignos de un nigromante escrito por Robert E. Howard  no hace algo más productivo que ser el petardo del grupo? Y sobre todo, ¿a quien se le ocurrió que meter un bebé zombie como clave en un episodio sería una buena idea?


Z Nation ha acabado por ocupar el hueco que le habría correspondido a la serie de Zombieland, si no se hubiera quedado en un piloto: es una comedia de acción y zombies, donde hasta los protagonistas son conscientes de vivir en un entorno bastante alocado. En el mundo de la serie no hay lugar para el dramatismo, y en los momentos en que lo hay, están planteados de tal forma que resulta un tanto patético, o más bien, involuntariamente cómico: esta es la única forma de ver secuencias que se mantienen gracias a detalles como el bebé zombie, donde no se cortan de mostrar una cara un poco grotesca donde los efectos digitales cantan a la legua, y donde cualquier intento de seriedad parece sobreactuado (bueno, esto también es porque el reparto no es que sea una gran cosa).

La tendencia a la comedia fue haciéndose patente en cada episodio, autoconclusivos la mayoría de ellos, donde los supervivientes y comunidades que aparecen son más cercanos a Mad Max que a Walking Dead: la gente parece haberse tomado el tema del fin del mundo muy a la ligera y en cierto modo, para que salgan todo tipo de comunidades llevadas al extremo: desde rednecks, a menonitas, pasando por mercenarios y grupos de abducidos. Todo lo relativo al fin del mundo también se toma muy a la ligera: no faltan los diálogos sobre las inconveniencias del Apocalipsis, palabra que usan de forma regular y de manera irónica, y que acaba por convertirse en una de las frases habituales de la serie, al igual que la tendencia de los protagonistas a arruinar algún monumento o escenario natural, acompañado de la advertencia “Si alguien pregunta, no hemos estado cerca de ..”.

 

Esta última viene del objetivo principal de la trama en esta temporada: los personajes tienen que llegar a un punto concreto, como es el laboratorio en California, para lo que tienen que recorrer todo el país. Y cuando explicaban en clase que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, ellos debieron faltar ese día, porque el viaje está lleno de rodeos, retrocesos, y visitas a toda la geografía del país. Que, aunque sea causa de todos los obstáculos que los guionistas decidan incluir hasta final de temporada, en realidad es porque esa especie de viaje por todos los escenarios típicos y parodiables en Estados Unidos son más la propia trama que el macguffin propuesto como objetivo del viaje.


 
Otro factor a favor para disfrutar la serie como una gran broma es su uso de un montón de elementos propios de la serie B. Cosas como encontrar vacunas o los personajes inmunes suelen ser más propios de las tramas de aventuras y ciencia ficción que del drama, y que aquí se tratan de una forma muy poco seria: Murphy, quien sería la clave en este caso, cuenta con todo tipo de defectos posibles y actitudes ridículas, de forma que todos los poderes de videojuego con los que cuenta son cualquier cosa menos una amenaza o una posibilidad de narración seria. Igual que los propios zombies, de los que han aparecido ya tantas variedades que ni un videojuego: radiactivos, plantas, portadores de ántrax e incluso un cameo de George R. R. Martin zombieficado firmando ejemplares de Sueño de primavera. Bastante material para el presupuesto que tiene la serie, que resulta en unos escenarios a base de todos los desiertos y descampados posibles, zombies de pasaje del terror y unos efectos especiales a base de infografía muy de casa. Aunque a esta última no termino de pillarle la gracia porque creo que los decorados y los monstruos de plástico le ganan a cualquier Sharknado.



En cambio, los dos episodios que ha ganado respecto a la anterior temporada juegan un poco contra lo que ha conseguido en cuanto a intención y desarrollo: es muy divertida, pero tener quince episodios hace que en algunos se note mucho el relleno, o directamente, la falta de guión e ideas más allá de poner cosas que van a ser graciosas. A fin de cuentas, se trata de una producción de The Asylum, que aunque ha encontrado su nicho con Sharknado y las películas malas hechas aposta como forma de comedia, es más bien porque sus realizaciones salen así, y no siempre de forma intencionada. Con todo, estos 15 están muy lejos de las temporadas de 22 habituales y resultan incluso más divertidos que la temporada anterior. Teniendo en cuenta, claro, la idea de esa serie: los zombies no son más que una broma, y Z nation, una comedia un poco distinta de 40 minutos. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

Lecturas de la semana. Humor muy negro y situaciones raras


"Si hubiera que elegir un sonido universal para la paz, votaría por el ronroneo".
B. L. Diamond

Nunca tengo muy claro qué criterio siguen en la biblioteca a la hora de poner los libros en el expositor principal. No parecen ser las últimas compras, porque algunos de ellos llevan un tiempo en las estanterías. Tampoco va por temática porque cada ejemplar parece de su padre y de su madre. Ni tratarse de ninguna decisión concreta de los bibliotecarios por los mismos motivos de antes. A veces sospecho que en realidad van con prisa y optan por presentarlos ahí en lugar de clasificarlos por cuestiones de prisa o incluso falta de espacio. Pero no soy la más adecuada para quejarse, porque gracias a estas coincidencias es como he podido encontrar algunos de mis últimos libros.

 


Iégor Gran. La revanche de Kevin. Para hacerse una idea de la intención del libro, Kevin no es aquí el nombre asociado a los seguidores de Terry Pratchett, sino el equivalente al Jonathan en España: un nombre foráneo muy ligado a estereotipos y connotaciones negativas. El protagonista, nada menos que un Kevin, vive con un complejo de inferioridad, cuya causa real o imaginada no queda clara, y que decide vengarse de la clase intelectual empleando sus propios defectos: haciéndose pasar por un editor, mantiene durante semanas la esperanza de publicar la obra de sus víctimas. Pero es tras el suicidio de un escritor, con quien mantuvo su broma durante meses, cuando Kevin empieza a plantearse si su venganza ha ido demasiado lejos. O si en realidad ha sido él el engañado. O si tal vez el mundo editorial merecía la burla a la que Kevin lo sometió durante meses.

El autor había ganado hace unos diez años el Premio Nacional de Humor Negro, y la idea de este libro va por un camino similar: es una crítica muy ácida, pero también muy específica, a un sector determinado de la sociedad francesa. En este caso, a la intelectualidad, tanto en el mundo editorial como en el de la comunicación, pero también a la clase privilegiada que a menudo va ligada a la lectura y escritura del tipo de novela a la que hace crítica: en mayor o menor medida, acaba haciendo burla de los progres, de sus alevines formados en Grandes Escuelas, y también muy vinculado a ello, a la hipocresía. Porque uno de los detalles principales consiste en la oposición entre el trabajo de su protagonista, encargado de obtener recursos y patrocinadores, y el desprecio que sus compañeros hacen por considerarlo una labor poco creativa.

Esto también, resulta muy matizado: el protagonista no se caracteriza como una persona especialmente fiable en sus apreciaciones, también muy marcado por un carácter un tanto obsesivo. Pero al que también dota con unos rasgos nobles, en contraposición a gran parte de sus compañeros de trabajo. Esta forma de desarrollo se debe a la redacción de la novela, que en principio se ha planteado como un texto bastante tradicional, en tercera persona, pero al que se le añaden notas al pie sobre la verdadera identidad del protagonista o testimonios de quien lo conocieron. Un poco, como si fuera una novelización de un caso verídico. Y en el que también se mantiene esa intención de permanecer objetivo: el estilo evita cualquier tipo de descripción o frase ingeniosa, siendo los personajes y sus rasgos los que van creando la atmósfera de la novela. Atmósfera que, pese a lo irónico en sus comienzos, va tomando un tinte mucho más despiadado en el desenlace….Más que humor negro, la novela de Gran tiene muy mala baba.

 


Emmanuel Carrère. La moustache. Un hombre decide una mañana afeitarse el bigote, pero su broma particular no parece causar mucha impresión entre su mujer y amigos. Principalmente, porque estos aseguran que él nunca ha tenido bigote. Al igual que, según asegura su mujer, nunca han salido de viaje. Como tampoco existen los amigos con los que él cree haber cenado hace unos días. Ni su padre, quien falleció hace más de un año.

El planteamiento recuerda un poco a Kafka, por lo absurdo de su partida y la complicación de sus consecuencias, aunque después su tratamiento hace que tome un componente psicológico más importante: la idea solo sirve de punto de partida para derivar a una historia llena de paranoia, y un poco de surrealismo, donde los elementos que se incorporan pueden conducir a un desenlace realista, pero que a la vez, el protagonista incorpora todo tipo de posibilidades de novela. Hay referencias abiertas a Las diabólicas, o a Canción de cuna para un cadáver, bastante interesantes frente a lo que el lector podría esperar en base a los hechos.

Igual de breve que Una semana en la nieve, otra de sus novelas, coincide con esta en la importancia de la percepción de la realidad de los protagonistas.  En este caso, mucho más amplia y supuestamente objetiva al tratarse de un adulto. Pero igual de inquietante y que en cierto modo, también trata sobre miedos reales. Y por cierto, también hay película:
 
 

lunes, 16 de noviembre de 2015

Paul Féval y La ciudad vampiro. El folletín que se adelantó a su siglo



Si me cuesta mucho encontrar una comedia que me haga reír, más lo es encontrarla en el campo de la literatura. Cosas como los diarios de Bridget Jones me quedan muy lejos, Tom Sharpe a veces se pasa de cínico con todo y bueno, creo que aunque solo sea por curiosidad, debería al menos probar con algún libro de Jeeves. Cuando lo más cercano  es Terry Pratchett, la idea de encontrar cómico un libro escrito hace un par de siglos puede resultar imposible. Pero más imposible parecía que un libro de 1860 ofreciera un humor absurdo que pareciera de ayer mismo.



Paul Féval padre escribía folletines. Hoy sigue siendo un nombre conocido en Francia, como lo es su saga de El jorobado, con el espadachín Lagardère, Los misterios  de Londres, y en menor medida, Los dramas de la Muerte. Un autor especializado tanto en el género de capa y espada como el de la narración por entregas que un día decidió escribir una sátira de la novela gótica. Y así nació La ciudad vampiro. Esta, muy breve, sigue los pasos de una heroína sin nombre, a la que se refieren reverencialmente como "Ella", al igual que a muchos otros personajes, por el tema de proteger identidades al que Féval alude con mucha sorna. Ella no es otra que Anne Radcliffe, la autora de novela gótica quien, a su pesar (y demostrando no ser muy brillante. Como el resto de sus acompañantes, vaya), se embarca en una aventura digna de cualquiera de sus escritos. Esta empieza como una trama de herencias, intentos de asesinato y traiciones. Continúa incluyendo elementos sobrenaturales con la figura del vampiro como principal giro y termina en un viaje a través de Europa lleno de aventuras cada vez más desconcertantes, cuyos inicios y desenlaces parecen sacados de la manga, poblados por diálogos teatrales y mucha ironía con los estereotipos ingleses y la actitud victoriana ante el resto del mundo, que Féval no duda en explotar. Todo ello, como advierte la novela en un momento determinado, al son de la música de los guardas ecuestres ¿Raro, esto último? Pues es de lo más normalito que puede encontrar el lector de camino a Selene, conocida como La ciudad donde se refugian y tienen domicilio, los vampiros de toda Europa.

La novela surgió como una parodia del género gótico, estilo del que hoy apenas si se conservan algunos detalles estéticos. Porque, al igual que los propios folletines, ha envejecido tremendamente mal. Aunque la intención inicial no fuera la comedia, sino la sátira, hoy el efecto es el contrario: la historia ha ido tomando un poso de comicidad debido al uso de la parodia y especialmente, a un sentido del humor muy absurdo. Tanto, que este a menudo resulta moderno y sorprendentemente, muy cercano al inglés.



Los diálogos, al estar muy marcados por la intención satírica, no cuentan con demasiado ingenio, sino que están pensados para hacer evidente la intención caricaturesca de los personajes, que oscilan entre la heroína al uso y los secundarios con características más populares. Entre estos, quizá el más memorable sea la figura del criado irlandés, toda una recopilación de tópicos de la región que hoy fijo que no resultaba muy correcta, y que su principal característica consiste, por algún motivo (probablemente también haciendo mofa de algún estereotipo), el ganar las peleas a base de cabezazos. Y por supuesto, el villano, el vampiro conocido como el Señor Goetzi que se adelantó también unas décadas a los paseos de Drácula por Londres. Y que por cierto, tiene bastante más mala idea y es más pragmático que el creado por Stoker.

Estos personajes, y las situaciones, recuerdan en muchas ocasiones a los Monty Python, quizá en menor medida a los primeros libros de Pratchett por lo de centrarse en un género concreto, y sobre todo, en las descripciones, a la imaginería de Terry Gillian. Los pasajes como la llegada a la ciudad cuentan ante todo con humor, pero también de poesía, algo de pesadilla y cierto ensueño. además de un poco de mala idea. Porque lo de hacer chistes de vampiros y banqueros no es algo que se hubiera inventado en el último siglo.



La sensación que produce el libro, en general, es de desconcierto. Por encontrarse ante un tipo de situación y gags que no habría imaginado en un texto de la época, pero también porque lo alocado de su ritmo: de una página a otra los personajes aparecen, sin apenas caracterización en muchos casos que la de los tópicos locales, se ponen en marcha a la siguiente trama sin transición alguna y en general, se acaba notando esa intención de no ser una novela al uso sino el plantear un texto con intención satírica. Es precisamente esta falta de ambición la que supone el mayor fallo, y casi insalvable. En un momento dado, justo en el punto clave, el autor parece aburrirse y optar por el desenlace más rápido y fácil: el de concebir todo como una fantasía, haciendo que todo lo que había construido hasta entonces se quede en una broma menor para pasar el rato.

Aunque encontrar un desenlace así siempre acaba saboteando el conjunto, La ciudad vampiro es, de todas formas, una lectura que merece dedicarle su tiempo. Que no es mucho en realidad, porque es muy corta. Pero que una vez terminada, el lector puede quedarse con una historia llena de humor absurdo, bastante adelantada para lo que podía esperar, pero hoy también poco conocida. Tanto, que en mi caso, viendo Penny Dreadful, en más de una ocasión me acabé preguntando qué habrían hecho la Señorita Yves y Chandler si tuvieran que darse una vuelta por Selene.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Tales of Halloween. Una película y diez guiones.


He llegado un poco tarde a la película estrella de Halloween este año, cuando esta llevaba días disponible ofreciendo calabazas y banda sonora siniestra. Y un cameo de la voz de Adrienne Barbeau como locutora de radio e hilo conductor de las historias que componen la película, que además es toda una referencia a su papel en La niebla de Carpenter. En realidad unos cuantos días de diferencia respecto a la fecha propia no son gran cosa, teniendo en cuenta que gran parte de lo que veo semana si y semana también es cine de terror.

 
 
Tales of Halloween recoge, a través de diez episodios, lo que sucede en un pueblo durante la víspera de Todos los Santos. Los cuentos locales para asustar a los niños se vuelven reales. El diablo puede ocultarse en cualquier lugar, incluso en un vecindario, y ser todo un capullo. Las almas en pena regresan para vengarse contra los vivos e incluso la decoración típica puede volverse el escenario de una guerra entre vecinos o ser algo más peligroso que una calabaza decorada.
 
 

La película no pretende ser terror al uso, sino ofrecer una visión muy amplia, tirando a gamberra, de la noche de Halloween. Tan variada como los diez directores y guionistas que participan. El humor negro, y a veces situaciones con mucha sal gruesa son las que tienen mayor presencia, junto a otras que son una aproximación a los relatos de fantasmas breves o a las leyendas urbanas. Los títulos de crédito animados, como si fueran un libro desplegable, son de esas secuencias que por sí solas se ganan media película, además de constituir una introducción mientras la voz de la locutora va anunciando todo lo que puede esperarse. Quien, curiosamente, es de esos casos en los que su papel se limita al de hilo conductor y no protagoniza ninguna historia al uso.
 
En realidad el interés de la película se queda más bien en sus créditos, la música pegadiza  y en un total de tres historias. Tres de diez, nada menos. Lo que hace que el resultado sea irregular tirando a flojo. La opinión general era que la antología pretendía ser algo más bien alocado, primando el shock, la narrativa muy rápida y el humor bestia en lugar de lo clásico. Pero esto se lleva a cabo de forma muy poco cuidada.
 
 
Están ustedes entrando en Referencialandia. Abandonad toda esperanza quienes traspasen estas puertas

El primer relato se queda en un simple "la leyenda urbana resulta ser cierta y...chanchanchan!! ¡¡Todos son asesinados!!". El primer intento de humor negro se queda en algo bastante flojo y cuyo mayor guiño es un cameo de Adrianne Curry, por el apellido sobre todo, vestida de Lilly, el personaje principal de Legend. Y las venganzas sobrenaturales dependen demasiado del shock final como para ser historias más complejas. Hay que esperar hasta la quinta parte, mucho más clásica, para que la antología mejore, y donde demuestran que siete minutos de guión no impiden el poder crear atmósfera, un susto bien llevado e incluso contar con una protagonista todo lo bien caracterizada que permite el tiempo. Este nivel se mantiene por suerte en las dos últimas secuencias, donde, tanto el humor negro y la justicia poética en forma de castigo para dos secuestradores en prácticas, como las referencias al cine de monstruo y a los tópicos de Halloween, en el segmento de Neil Marshall, dan un cierre bastante digno. Aunque entre medias haya que pasar inventos que pretenden ser modernos y se quedan en el sinsentido o la copia.



Los mayores problemas , además de unos guiones muy apresurados en su mayoría, es un reparto de actores jóvenes que en su mayor parte no pasan de figurones que recitan sus líneas. Hay que esperar al cameo de Lyn Shaye, la médium de Insidious, para que el invel mejore y se pierda el aspecto de cutrez que se mantuvo los primeros cuarenta minutos. Igual esas interpretaciones acartonadas son intencionadas y una parodia de los defectos del cine de terror, pero no termino de pillarlo y además, demuestra que el segundo problema es precisamente, el exceso de referencias. En un film antológico, un guiño siempre se agradece, pero aquí se convierte en la norma: bien las interpretaciones forzadas, o bien por copiar abiertamente secuencias de películas y estereotipos muy conocidos, el humor que estos pretendían ofrecer se queda en nada. Pero al menos, se puede ir haciendo recuento de las películas y escenas reconocibles. O pensar que en los ochenta se hacían cosas mejores, según se tenga el día.

De Tales of Halloween había oído que "es un desbarre", "es muy de broma" o "tiene su gracia". Todas bastante acertadas porque, menos alguna excepción, todo pretende ser muy cómico, o muy bestia. No termina de funcionar esta idea, y la cosa se queda en algo muy irregular. Aunque han sabido aprovechar lo poco que tenían a su favor para que el resultado fuera algo más llevadero: dos de las tres mejores historias se quedan para el final, tras el que se recurre de nuevo a la animación de los créditos recordando la temática festiva de la cinta. Una forma bastante hábil de salvarla, aunque si la idea es verla pensando que es una nueva Trick ´r Treat, es preferible ahorrarse la hora y media.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Lecturas de la semana. Casos y cosas paranormales



Hoy las lecturas van de casas malditas. Y de testimonios dramáticos, de investigadores y sobre todo, de casos que en mayor o menor medida se han podido conocer gracias a sus versiones cinematográficas o a los documentales de fantasmas que se pueden ver de vez en cuando en el canal Mega. Ambos tienen sus años encima, de cuando estos casos paranormales hicieron furor y sus versiones autorizadas no se hicieron esperar. También a ambos se les nota el paso del tiempo e incluso las informaciones que surgieron con posterioridad sobre el tema, pero, en el fondo tienen su interés, y cierto punto similar a las meigas: igual no se cree, pero haberlas haylas.

 


Ray Garton y Ed y Lorraine Warren. In a Dark Place. Aún falta un año para Expediente Warren 2, pero los libros sobre el matrimonio de investigadores que inspiró  la franquicia empiezan, después de haber estado desde los ochenta en saldos o descatalogados, a verse en ediciones digitales. Y hay para rato, porque en su día debieron llegar a la veintena, donde recogían o bien sus investigaciones más destacables, o casos variados. Casos que ellos aseguraban que no tenían nada que envidiar a ninguna película: allá donde iban ellos, aparecían demonios, posesiones y todo tipo de fenómenos que no habrían desentonado en cualquier película de los ochenta.


En el caso de In a Dark Place, la comparación es bastante adecuada, porque su coautor es Ray Garton, un escritor de novelas de terror y de novelizaciones de cine y tv, quien, sospechosamente, reniega hoy de este libro y dice que de ningún modo debe considerarse como no ficción.  El parecido continúa al darse un caso muy especial: los investigadores protagonistas no aparecen hasta la mitad, algo que se echa bastante en falta debido a la personalidad de estos. En su lugar  se centra principalmente en narrar desde inicio a fin los supuestos fenómenos paranormales que vivió una familia tras mudarse a una casa que había sido antiguamente una funeraria. Este es bastante conocido como “Haunting in Connecticut”, y ha aparecido en un montón de reportajes sobre fantasmas y casas embrujadas de Estados Unidos.

Ahora, lo de “no ficción”, incluso cuando este fue publicado, es muy relativo: si la estructura de novela hace que se lea de una forma más sencilla, y menos en serio que un reportaje, esta también tiene todos los clichés posibles del género: los testigos que vivieron la historia a menudo parecen personajes ficticios, hasta el punto de que los protagonistas de Insidious parecen menos unidimensionales que un testimonio real. Pero precisamente esta intención de ser una recopilación realista de lo sucedido, hace que esta mantenga en todo momento un estilo muy simple, limitado a contar que los personajes van, vienen, pero que unido a una estructura propia de una narración, hace que resulte bastante pobre. Y que, por mucho que Garton proteste, tampoco es que diga mucho de sus habilidades de escritor, porque es simple a más no poder. Se queda en una curiosidad más, a falta de poder ver la próxima película.


 
Jay Anson. Aquí vive el horror. Amityville fue en su momento un caso muy popular y controvertido en el mundo de las casas embrujadas, y cuarenta años después, una franquicia que ha dado varias películas y documentales. Es curioso que por un lado fueran los Warren algunos de los investigadores que pasaron por la casa, pero que en cambio, su presencia se haya obviado con el paso del tiempo y que incluso en este libro, su versión oficial, apenas si se los mencione en el epílogo.

Es en este reportaje escrito donde se narra la llegada de la familia Lutz a una casa marcada por un asesinato cometido hacía poco, y cómo esta empieza a ejercer una influencia negativa en sus habitantes: el cabeza de familia parece cada vez más huraño y desquiciado, la niña más pequeña de la pareja cuenta con un amigo imaginario un tanto raro y todos coinciden en que hay algo que les hace sentir incómodos y mal recibidos. Lo que viene a continuación son, quizá un poco magnificados, los sucesos paranormales propios de muchas historias sobre casas embrujadas: descenso de las temperaturas, cambios de humor, sombras, manchas en las paredes…e incluso una asombrosa muestra de mala baba  por parte del fantasma en cuestión, llegando a volver de color negro las tazas del WC de la casa (en lo que probablemente sea un nuevo y pragmático nivel de maldad sobrenatural).

El estilo es el propio para llegar a todo el mundo y para no ser demasiado exhaustivo: no tiene los detalles e información de un ensayo, pero tampoco tiene la calidad artística de una novela: no busca acercarse al estilo periodístico o a la creatividad literaria, sino una especie de calle de en medio donde se relatan los hechos tal y como los aseguran sus testigos, quizá buscando un poco el sensacionalismo y el interés del lector, que es el fin de este tipo de lecturas.

A diferencia de otras ficciones derivadas del caso, esta se supone que sería la oficial y verídica, con toda la simpleza en la narración que esto implica, también por esto, un poco más libre de los excesos propios de las versiones cinematográficas que se hicieron, muy marcadas por los gustos que podía haber a principios de los ochenta y del 2000. Pero aún así, esta historia verídica de Amityville y sus víctimas sigue manteniendo su interés, al margen de su veracidad: su trasfondo, los testimonios y las investigaciones acaban conservando algo de leyenda urbana, de caso que pudo ser o no, y que, si se encuentra en un texto que cumpla un poco de corrección a nivel escrito, puede ser una lectura curiosa ahora que han pasado sus buenas cuatro décadas.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Lecturas de la semana. Antologías variadas. O no tanto



Desde el verano  llevaba bastante sin leer relatos cortos, y, si cuento desde entonces, todavía más. Al menos, es lo que ha pasado con las que consisten en recopilaciones con autores variados (porque en realidad, de gente como Thomas Ligotti o Lovecraft apenas tienen algo más que no se considere cuentos). Pero esta semana estaba, además de con ganas de leer algo de terror, con morriña de una década concreta. Por eso  acabé con un par de antologías que tienen un par de cosas en común: ambas son del año 89, época en la que era muy difícil ser más famoso que Stephen  King y en que gran parte de esta narrativa era tan o más serie B que las películas. Y ninguna de las dos tiene un contenido común salvo el ser lo que el recopilador consideraba lo mejor del género. Lo que en algunos casos va un poco con lo que gustaba en la década, y otros, un tanto arbitrario.

 

The Mammoth Book of Best New Horror. Esta antología con lo mejor del terror se edita cada año desde el 89. Es bastante extensa, alcanzando unos 25 o 26 relatos, y lo  mismo ocupa dos páginas que incluso lo que podría considerarse una novela corta. Gracias a esta idea de querer juntar lo más sobresaliente del año, y su periodicidad, es bastante fácil ir viendo cómo han cambiado los tópicos en el género, y de paso, qué autores se han acabado haciendo un nombre y cuales se han quedado en solo un relleno. Además, incluye un artículo sobre lo más reseñable que ha sucedido en el género fantástico durante cada edición y una lista con los fallecimientos de autores y cineastas, por lo que además de los cuentos, estos tomos son todo un anuario y siempre resultan minimamente entretenidos.

Una vez leída, y comparada con las posteriores, como las de principios del 2000, esta resulta bastante irregular: la mejor aportación es la de Ligotti, junto a un relato largo de Karl Edward Wagner, quien escribió varias novelas de Conan, que parece el comienzo de una novela de fantasía urbana. El resto se quedan un poco entre la anécdota, lo olvidable, o en el caso de Richard Laymon, en un texto malo con avaricia, pero por suerte, bastante más corto que las novelas de este hombre.


 

El festín de las máscaras. La colección de terror de Martinez Roca contaba al menos en un tercio con antologías de diverso origen y de las que traducían sus títulos un poco como les daba la gana (los otros dos tercios eran novelas que oscilaban entre lo entretenido y el taco para calzar mesas). El típico ejemplo era la serie Horror, que podían ser recopilaciones específicas o de alguna revista como Twilight Zone. El festín de las máscaras es en realidad el tercer volumen de Masques, una antología de J. N. Williamson sin demasiada periodicidad que llegó hasta mediados del 2000.

En general esta resulta bastante mejor comparada con la anterior. Esta se ha distribuido en distintos aspectos, separando entre los relatos de corte más clásico, los que tratan miedos y aspectos más modernos y el terror psicológico. Y la gran parte de estos resultan bastante divertidos. Algunos por lo original y por su humor extraño, como un concurso de deletreo llevado al extremo en el de Adobe James y otros por conseguir una situación realmente angustiosa sin un solo elemento sobrenatural, como El cráneo de Diane Taylor. Hay una parte a la que solo se le puede reconocer que son flojos, y donde parece que el autor tiene que hacer aparece un monstruo como sea. Esta última parte por desgracia aún es abundante, aunque la mayoría, leídos hoy, tienen hasta un punto gracioso y todo, por esa intención tan evidente de ser un relato de terror al uso cuando en realidad, no pasan de ser una anécdota. Pero al menos una anécdota simpática.

 

lunes, 2 de noviembre de 2015

Last Shift (2015). Los fantasmas de la comisaría.


Hay muchas películas sobre casas encantadas. También hay hoteles, hospitales embrujados (si son psiquiátricos, mejor), e incluso barcos malditos. Pero otros edificios administrativos no tienen tanto tirón sobrenatural, salvo en los reportajes de Milenio 3 sobre ayuntamientos y delegaciones con poltergeist. Por eso un lugar tan ligado al cine de acción, como podría serlo una comisaría, parecía el menos indicado para rodar una de fantasmas. A menos que se pudiera recurrir al escenario y el momento adecuado.

 


Last Shift es el último turno que una policía novata debe cubrir en una comisaría, ya vacía, antes de que esta cierre sus puertas por última vez, después del traslado de su personal al nuevo edificio. Estas últimas horas no parecen un trabajo difícil: las llamadas de emergencia han sido desviadas al nuevo centro y Jessica, la nueva agente, solo debe esperar a la llegada del equipo que se llevará del local el material restante. Pero este tiempo será suficiente para mostrar que en esa comisaría sucedían cosas extrañas: sombras y pasos empiezan a escucharse por los pasillos, mientras el teléfono empieza a recibir llamadas de auxilio. Fenómenos que, según se rumorea, tienen que ver con la noche en la que un grupo de adoradores del diablo fue detenido y encerrado en esas mismas celdas.



La parte más atractiva del guión es el escenario mismo: uno en el que generalmente sería imposible plantear una historia de terror sobrenatural, pero que en este caso, se ha presentado de forma muy acertada. Y en el que consigue crearse tensión de manera progresiva: los primeros momentos cuentan con una explicación lógica, pero no por ello menos intrigante, como la aparición de un vagabundo al que la protagonista debe detener. Y la propia historia, o el trasfondo de esta, se presenta de una forma tan simple como que un transeúnte cualquiera pueda hablarle de esta, sin que sea necesario ofrecer demasiados datos o recurrir a la típica escena de investigaciones y papeleos porque sí. Además, estos dos detalles, a medida que avanzan, funcionan aún mejor al verse con cierta ambigüedad sobre su veracidad o no.

 


Todo el aspecto sobrenatural se ha tratado con bastante corrección: se nota que la película cuenta con pocos medios, cosa que se soluciona bien gracias a lo limitado de los escenarios y del número de actores. Y que se presenta todavía mejor al contar con una buena fotografía, de modo que el acabado es bastante profesional. Al igual que lo relativo a la parte fantástica, al menos durante un buen rato: esta se soluciona con elementos simples como enfoques, parpadeo de luces y mobiliario que se cambia de sitio. Algo que, en realidad, podría ser parte de cualquier leyenda urbana sobre edificios donde pasan cosas raras. En cambio, en cuanto se entra de lleno en lo terrorífico, funciona a medias: se nota que tienen que sacar algo físico para justificarla como película de terror, y no faltan algunas secuencias con flashbacks donde aparece la historia de los sectarios o unas cuantas apariciones de fantasmas, muy directas y bastante pensadas para meter sustos de forma inmediata. Si la primera parte es la mejor, la siguiente tiene elementos interesantes, como las llamadas gracias a las que se obtiene información, y otros más tópicos, como todo lo relativo a los flashbacks.

 


Como gran parte de las historias de fantasmas en las que cuentan con un único personaje, esta también viene marcada por el componente psicológico de la protagonista: la figura del padre, también policía, y muerto en un tiroteo, que determina tanto sus decisiones como tiene una presencia importante en la historia de lo que sucede en la comisaría. Este aporte es también uno de los más interesantes al poder plantear el guión de una forma mucho más subjetiva, donde si bien parece que los elementos sobrenaturales son ciertos, se mantienen muchas dudas acerca de lo que la protagonista vive durante su turno: según avanza la historia va quedando menos claro si su comunicación con otras personas, o los encuentros con estas, han sido ciertos o parte de una ilusión que se mantiene hasta el desenlace.

Last Shift es una de esas películas de aspecto pequeño y simple, pero muy original por su escenario y por la forma de desarrollarlo. Gracias a esto, se mantiene el interés durante todo el metraje, y va aumentando  la tensión e inquietud que se crea en los primeros minutos. No se puede decir que sea una película propia para octubre o para Halloween porque no tiene ningún elemento que la distinga sobre esto, salvo el terror como aspecto en común. Pero precisamente por su temática y lo adecuado de los sustos en la mayor parte del metraje, hace que fuera una buena opción para el 31 de octubre.

Además, esto último implica que este domingo fue 1 de noviembre. Y el Día de todos los santos en mi casa solo puede significar una cosa:

 


 Azúcar y carbohidratos. En grandes cantidades.

 

 

 

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