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lunes, 6 de junio de 2016

The Boy (2016). Niñeras y muñecos, suspense asegurado


Junto a los payasos, los muñecos son uno de los elementos que sin tener al principio intención terrorífica, más aparecen con ese fin en el cine de terror. Especialmente, los de porcelana, quizá porque su inexpresividad siempre es algo inquietante. Pensándolo friamente, algo que no pasa del medio metro en el mejor de los casos, no debería dar tanto miedo, pero a menudo basta con que ese juguete que nunca ha hecho gracia parezca haberse movido de su sitio para que empiece a parecer que algo raro pasa.

 


Precisamente en The Boy sale un muñeco. Uno que se mueve bastante (fuera de cámara al menos) y que casi es un personaje más. En concreto, es el niño para el que una joven americana ha sido contratada como niñera en una apartada mansión inglesa. Esta, desconcertada al principio ante un matrimonio que cuida a un muñeco de porcelana como si fuera su hijo verdadero, acepta el trabajo como una forma de empezar de nuevo.El sueldo es bueno y su trabajo queda muy lejos de su hogar y su antigua pareja, un maltratador de manual. Además, uno de los vecinos le explica el motivo del extraño comportamiento de sus jefes: su hijo falleció hace veinte años, pérdida de la que no se han recuperado y que ella comprende perfectamente. Sin contar al supuesto niño del que cuida, ella se encuentra sola en casa, pero los objetos que desaparecen, los pasos, las voces que la llaman e incluso el muñeco que parece desplazarse sin explicación lógica, le hacen pensar que tal vez esté ahí para cuidar de alguien.



La película reúne practicamente todos los elementos propios de la serie B: escenario limitado, personajes contados, golpes de efecto, estereotipos, giros inesperados, e incluso un final un tanto abierto, como si fuera un guiño a una posible secuela. Elementos que en realidad, están muy bien empleados en todo momento. No hay novedades pero sí eficacia a la hora de contar la historia. Los personajes resultan al menos creíbles, o coherentes dentro de lo que pasa. Y es que en ningún caso sucede nada que resulte exagerado, incluso con la presencia, bastante breve, del matrimonio que contrata a la protagonista: resultan, como mucho, extraños y un tanto tristes, pero no siniestros ni caricaturescos. Esta coherencia se mantiene durante casi todo el metraje gracias al papel de Lauren Cohan, que ahora, en vez de matar zombies junto a Glenn, se hace niñera, y quien resulta muy cercana. Esta cuenta con un trasfondo creíble, que le aporta bastante veracidad a casi todas sus reacciones: desde quedarse en un trabajo un poco extraño hasta la facilidad con la que acepta la posibilidad de lo sobrenatural, comprensible en un personaje que ha perdido un hijo.

 


El muñeco casi puede considerarse otro personaje más. Y es todo un logro que se le pueda dar personalidad e incluso expresividad, a algo que no se mueve: aparentemente, la cara de este siempre es la misma (una cabeza de porcelana a ratos plácida, y a ratos, anodina), pero que con el juego de luces adecuado parece cambiar de una expresión triste a otra enfadada, a  otra más amable…en cierto modo, al mismo tiempo que la protagonista cambia su actitud y emociones. Además, en todo momento evitan la sensación de terror o amenaza: más bien se trata de una historia de suspense y no de terror, donde lo que predomina son las medias verdades y la idea que puede hacerse el público con lo que los personajes cuentan. Que no es demasiado: algunos rumores, y la información justa para saber que hay algo que no es normal. De hecho, en ningún momento se llega a hablar abiertamente del pasado del niño, todavía muy pequeño, y su personalidad queda unicamente resumido con la palabra “raro”, sin que quieran implicar abiertamente algo truculento o macabro.

Los escenarios no son una parte demasiado importante en el conjunto, pero sí algo que emplean de forma efectiva: han recurrido a una atmósfera lo más clásica posible, donde no falta una mansión victoriana llena de antigüedades, donde el realismo queda un poco de lado para ofrecer una atmósfera más clásica: si bien se trata de un niño que falleció hace veinte años, los juguetes y los objetos de la casa parecen de hace sesenta (echando cuentas, sería a mediados de los noventa, lo que lo hace todavía  más anacrónico). Un poco extraño, pero disculpable al tener en cuenta toda la idea sobre lo extraño y fuera de lugar que pretenden, y consiguen, transmitir.

 


Aunque todos los elementos de serie B sean su mayor ventaja, el recurrir tanto a estos estereotipos hace también que se hayan quedado con los peores. No faltan los tópicos con sustos que resultan ser pesadillas, no tan evidentes como en The Forest, pero no eran necesarios. Hay momentos un tanto absurdos, como el que la protagonista suba a investigar un desván recién salida de la ducha, y sin más atuendo que una toalla. Y que, a estas alturas, es muy difícil creerse lo de la falta de cobertura: cuando se pueden recibir llamadas desde cualquier camino de cabras, habrá que ir aceptando los móviles como un elemento más en los guiones de terror.

Aunque un muñeco y una mansión antigua tengan bastantes papeletas para salir en unan película de terror, con The Boy se opta por el suspense. Y por un estilo más sencillo, lejos de efectos especiales, y al menos en su mayor parte, de los sustos fáciles. Quizá por eso pueda considerarse una película muy de domingo por la tarde, pero al menos, dentro de este campo, resulta muy efectiva y no se olvida en un par de horas.

 

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