Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 24 de noviembre de 2016

Caballeros, princesas y otras bestias (2011). Lo último debe ir por lo atroz de los chistes


Cuanto más visto se hace un argumento, más sencillo es parodiarlo. Y pocos deben estar tan trillados como el viaje del héroe en la fantasía heroica. La aventura, la princesa, los fieles compañeros y el villano es una historia tantas veces contada que, o bien se trata de una narración donde todavía se saca algo bueno, o bien sirve para convertirla en una comedia más o menos ácida, según el ingenio que tenga el guionista. Y, si bien este argumento solía ser territorio de la escritura, El señor de los anillos, Narnia (los libros, no mi gata) y el abaratamiento de los efectos especiales ha hecho que se convierta en un campo bastante amplio para sacar una comedia.



Siendo este el caso de Your Highness, no ha sido una mala idea el traducir el título de una forma más libre y más adecuada al contenido de la película. La historia de un príncipe cobarde y perezoso que encuentra el valor necesario para salvar a su hermana, el reino, y ganar el amor de su vida se filma, en este caso, de una forma mucho más gamberra poblada por personajes escatológicos, atontados hasta el extremo, con dobles sentidos bastante directos y sobre todo con un humor lleno de sal gruesa donde no faltan tampoco los chascarrillos basados en el consumo de estupefacientes.



El resultado de la mezcla es muy extraño: por un lado, quiere ser una comedia bestia donde se le da un repaso a los tópicos de la fantasía. Por otro, no se separa ni un milímetro de la situaciones que pretendía parodiar: salvo por los gags, el guion acaba siendo tal cual la historia de la evolución heróica de su protagonista, de cómo salva al reino y se hace mejor persona dentro de todas las situaciones y diálogos escatológicos que van plantando en medio. Y que choca bastante con el aspecto cafre que pretendían trasmitir al principio: simplemente, falta inventiva, chispa a la hora de parodiar y humor negro, quedándose el guión en una especie de versión de Krull con unos cuantos chistes de porros y genitales que parecen escritos por un niño de trece año. Está claro que no todo el mundo puede ser Terry Pratchett, pero tampoco se han esforzado mucho, y la escasa originalidad en las partes humorísticas queda reducida a un par de referencias, muy bien traídas, a Furia de titanes y La sirenita, que tienen lugar al comienzo y hacen pensar que el nivel del humor va a ser mejor que el que realmente tiene.


P
ese al humor basto, la película también está muy lejos de ser parecida a las producciones de los hermanos Wayans: los chistes, pese a ser malos, están integrados en el guión y no al contrario. No hay copia descarada de escenas concretas, sino que la parodia aparece mediante los guiños muy puntuales a clásicos del cine de aventuras, de princesas Disney y de un uso muy ingenioso de secuencias que se hicieron populares a partir de El señor de los anillos. Y en el reparto hay caras muy populares: James Franco, que también tiene experiencia en este tipo de comedias, se encarga de interpretar a una versión muy atontada e inocentona del príncipe de los cuentos. El papel de Zooey Deschanel es relativamente breve y la aparición de Natalie Portman, inesperado. Ninguno de ellos destaca en las actuaciones, porque con los personajes que les han tocado, tampoco hay mucho que hacer, pero están al nivel de una historia que, junto con la calidad de la filmación e incluso de los efectos especiales, no desentonarían en cualquier producción de aventuras. Y es que uno de los detalles más chocantes es también el haber mezclado una comedia tan chusca con una producción que no lo es, y donde sorprende el trabajo que se invirtió a nivel de vestuario, escenografía y actores.



Caballeros, princesas y otras bestias, es, en el mejor de los casos, una rareza: no me divirtió en absoluto como comedia, porquesu estilo de humor está muy lejos del que puede gustarme, y llegó un punto en el que la historia de magia y héroes intencionadamente llena de tópicos acaba resultando más entretenida que su lado cómico.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Tren a Busan (2016). El Regional de los zombies


Aunque al género de los zombies se le acuse de ser repetitivo, poco original, y desde hace algún tiempo, de estar agotado, siempre es posible salir por alguna situación distinta, un escenario poco trillado, o por unos personajes por los que uno se preocupa. Por eso tampoco sorprende que, cuando una película aporte algo más que cuatro clichés, o bien que los maneje con una mayor soltura, esta consiga mucha más fama y una mayor proyección. Incluso viniendo de un país tan poco habitual en los circuitos comerciales como puede serlo Asia.



Este ha sido el caso de Train to Busan, de la que se habló, y bien, durante casi todo el verano. La historia de un padre, un ocupado analista financiero, a la que su hija pide una única cosa por su cumpleaños: ir a Busan a visitar a su madre. Pero el viaje tiene lugar el mismo día en el que comienza a estallar una epidemia cuyos síntomas el público conoce muy bien: las víctimas se vuelven agresivas, más rápidas y adquieren la nefasta costumbre de morder a los no infectados, propagando la enfermedad entre aquellos que no son devorados. Un escenario bastante pesadillesco para unos viajeros tan dispares como los que podría haber en cualquier trayecto: un equipo de baseball, una pareja que espera a su primer hijo y un hombre que ha decidido salvar su pellejo aún a costa de la vida de los demás asisten a la aparición de los primeros infectados en los vagones, mientras reciben noticias muy vagas del exterior e intentan, con el único medio del que disponen, llegar a una de las ciudades que ha logrado aislarse de la epidemia.



El conjunto no llega a resultar tan redondo como hacían pensar las críticas: la presentación de la infección resulta bastante innecesaria, un prólogo sin el que el guión podría funcionar unicamente por la referencias que se incluyen durante el resto de la trama y que en algún momento parece un poco confuso, al intentarlo relacionar de una forma bastante arbitraria con el trabajo de la empresa en la que trabaja el protagonista. Este no parece tener otro fin que el de ir avisando al público que ahí va a haber infectados, al que después le espera un comienzo muy pausado dedicado a presentar la relación entre el padre y la hija protagonista.

 

La lentitud inicial se compensa con un mayor dinamismo una vez empezada la trama principal, algo que sorprende teniendo en cuenta que el escenario inicial es muy limitado: el movimiento que pueden permitir los vagones de un tren se convierte aquí en una serie de oportunidades, pero también una forma muy marcada de separar las distintas partes del guión. El grueso de las dos horas no resulta lento y demasiado largo, pero sí permite marcar partes de la narración muy diferenciada: el comienzo de la infección, el intentar llegar al primer punto seguro, y un desenlace, una vez perdido el medio de transporte y la mayor parte de personajes principales, resultan unos cambios de situación muy bruscos y que casi podrían servir para marcar los capítulos de una miniserie, pero también evita que el escenario caiga en la monotonía.

 
Este año se llevan mucho los bates para luchar contra los zombies

Esta limitación de espacio inicial sirve también para ofrecer una presentación muy creativa de los peresonajes: los travellings sirven tanto como para conocer al resto de personajes de mano de la niña protagonista como para ofrecer las primeras secuencias donde aparecen los infectados y mostrar de una forma muy efectiva lo claustrofóbico del escenario, además de las posibilidades que este ofrece mediante el ingenio de sus protagonistas.

 

Estos últimos son al mismo tiempo uno de los mejores puntos de la película, pero también un fallo importante: estos cuentan con una caracterización inicial excesivamente plana. Especialmente la niña, quien resulta en muchas situaciones increíble por su generosidad ante cualquier situación y una entereza a prueba de bomba, donde se nota demasiado que este ha sido creado un poco como brújula moral y motivo de evolución del protagonista. Los secundarios, al tener menos peso, se salvan algo más de este exceso, siendo precisamente dos de ellos los que acaban generando una mayor simpatía. En cambio, es en el más negativo donde el catálogo de reacciones ante una situación límite resulta mucho más efectiva. Este, un personaje que apenas tiene peso durante la primera parte, destina todo su tiempo a ser probablemente el más odioso: grita, manipula y llega a cometer asesinatos para salvarse. Para, al final, revelar un motivo para esto tan comprensible y humano como el de los personajes cuyo retrato es mucho más amable.

El balance general de Train to Busan es muy bueno: una variación al tema zombie (infectados, en este caso) y un manejo muy dinámico de un escenario tan limitado como un tren. Aunque lo de hacer virguerías con un vagón y una máquina no es nuevo para el país: en Snowpiercer también filmaron el viaje ferroviario más extraño que se ha visto en mucho tiempo.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Lecturas de la semana. Viajes varios y épocas pasadas.


 
Esta semana los libros cambian de siglo. Aunque solo sea de mentirijillas, porque lo único que tienen de antiguo es la ambientación. Y también lo único que tienen en común entre sí: de una de una novela humorística a una de terror/aventuras/pastiche o lo que quisiera ser, hay un trecho.



Sandi Toksvig y Sandy Nightingale. The Travels of Lady Bulldog Burton. En una biblioteca inglesa, entre otros documentos variados, fueron descubiertos los diarios de Lady Burton, Una figura muy poco conocida por el público pero todo un personaje de la época victoriana: viajera incansable e inventora de los pololos con refuerzo doble, relata en varios cuadernos su viaje alrededor de Europa junto a Jinks, su doncella, que compensaba, en su opinión, su falta de luces con su talento a la hora de realizar bocetos e ilustraciones.

Este es el punto de partida con el que Toksvig, como autora, y Nightingale en las ilustraciones, escriben un libro muy breve, y con un humor muy particular donde imitan el estilo de los cuadernos de viaje de la época, y sobre todo, la visión un tanto paternalista, que muchos de los que hacían el Gran Tour por las principales ciudades de Europa tenían cada vez que ponían un pie fuera del Imperio Británico.

El humor, en ese sentido, es un poco complejo: además del estilo de escritura lleno de formalismos asociados a la época, también está muy basado en las apreciaciones y estereotipos sobre la forma de pensar que mantenía una clase social capaz de permitirse viajes de esa duración. No es precisamente un libro para reírse a carcajadas, ni uno sencillo, pero sí uno para quien disfrute de una recreación de esa época y en el que se aprovecha de todo tipo de eufemismos para hacer referencia a situaciones que se considerarían mal vistas: desde la orientación sexual de un personaje, hasta lo indecoroso de llevar una falda por encima de los tobillos.

La historia de Lady Bulldog Burton no estaría completa sin las ilustraciones, unos dibujos en tonos muy suaves y con un toque algo caricaturesco, pero que en realidad recuerda más a las láminas de un libro infantil. Algo con lo que en cierto modo, guarda un parecido: es casi un libro ilustrado para adultos, muy breve y donde las imágenes son una parte igual de importante.



Brett J. Talley. That Which Should not Be. Hay miles de libros basados en los Mitos de Cthulhu, pero en esta categoría, los relatos son mayoría. Especialmente cuando se trata de utilizarlos de forma directa y no como algo secundario o incluso como una referencia más pulida que la simple mención directa. Las novelas siguen siendo menos abundantes y por eso suelen llamar más la atención (aunque haya una serie de libros basada en Arkham Horror, pero en general no me fío mucho de las novelas escritas como complemento para estas cosas). Y más si la idea del autor es la de hacer una serie o al menos, sacar una secuela.

El libro de Talley no es un supuesto de innovación: con un argumento tan simple como el encargo que recibe un estudiante de la universidad Miskatonic para encontrar un volumen antiguo, empieza una sucesión de historias de personajes distintos en las que se tocan distintos escenarios: el wendigo, una secta de los primigenios oculta en Centroeuropa o sucesos extraños en un manicomio, para terminar cerrando la búsqueda que emprendió el protagonista y aportar un final donde prometen una segunda entrega con más sectarios enloquecidos y dioses primigenios a punto de despertarse.

El conjunto de la narración no consigue salir del tópico, y ni siquiera lo intenta: se limita a circular por escenarios muy manidos, como la universidad, un punto de partida un poco improbable y unas historias intermedias que acaban convirtiéndose en relatos independientes que pueden entretener más o menos, pero que no consiguen que el lector se meta en la historia. Porque simplemente, son tan tópicos que es muy difícil suspender la credibilidad: cuando se pasa más tiempo pensando si al protagonista no le parecía un poco extraño que su profesor se ponga a hablarle de libros de magia como si fuera lo más normal, o que cuatro tipos que se encuentra en una posada le cuenten unas historias dignas de una película de serie B. A cualquiera le parecería un poco raro..pero también muy divertido.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Patient Seven (2016). Los niños y los locos dicen la verdad. O no.


 

 

 

 

En los últimos años, las películas antológicas han ido haciéndose de nuevo un hueco como no se había visto desde hacía varias décadas. Sin llegar a tener una presencia masiva, sí se han convertido en algo bastante habitual y en algunos casos, incluso se saltan un poco las normas de las sucesiones de relatos para ofrecer fórmulas más creativas, como en Trick r´Treat. En otros casos, siempre es una forma de poder reunir varios cortometrajes y poder seguir varios guiones hilados en una misma cinta.
 

 

Como casi todos los filmes antológicos, Patient Seven comienza con una historia arco, la de la llegada de un psiquiatra a un manicomio, con la intención de entrevistar a seis pacientes como terapia, y también como material para su próximo libro. Los motivos por los que cada uno de ellos asegura estar encerrado son muy dispares e improbables: monstruos que acechan en la oscuridad, fantasmas, víctimas de asesinos a sueldo, vampiros, e incluso la superviviente de una epidemia zombie afirman que lo que han vivido es cierto, aunque el doctor les asegure que sus relatos no son más que fabulaciones con las que esconder sus verdaderos actos. Aunque, si entrevista a seis internos, ¿Quien es ese paciente número 7?




Si la idea de la antología era recorrer casi todos los subgéneros del terror, acertaron de lleno: cada guión toca casi todos los temas típicos, desde los fantasmas, las posesiones, los vampiros, e incluso el incluir algo tan difícil como los zombies y las epidemias en un film tan cerrado como este, aunque esto último tiene su truco, y no muy limpio. Por la brevedad y lo dispar de cada una, podrían perfectamente ser películas independientes a las que se les ha quitado todo lo superfluo y se han quedado en las situaciones que el público conoce y espera. Y, en cierto modo, lo que narra cada uno de sus protagonistas podría muy bien ser la respuesta que muchas de las series B no dan: ¿A donde van los personajes que sobreviven a una cinta de terror una vez aparecen los títulos de crédito? Teniendo en cuenta lo variopinto de cada segmento, y el estar tan centradas en la temática sobrenatural, el manicomio donde se ambienta la película podría ser una buena respuesta.



El nivel en conjunto no llega a ser redondo, porque siempre hay un guión que funciona mejor que otro. Una historia bastante floja sobre monstruos, que parece tan poco hilada como un creepypasta, da paso a una de humor negro que dispara el nivel. Y es que si no fuera poco contar con Michael Ironside como psiquiatra malencarado y peor bicho en el arco principal, la segunda entrega, además de mucho humor negro, tiene a Alfie Allen interpretando al asesino a sueldo más adorable que he visto en mi vida. El momento de mayor éxito se alcanza, precisamente, con un segmento dedicado a los zombies, donde brilla no solo el guión sino también una filmación muy concisa, sin apenas diálogos (y los que hay, curiosamente, son en islandés), pero brillante. A partir de este momento, la calidad es más o menos variable, en algún momento tirando a floja, pero por la brevedad de cada parte, en ningún momento llega a aburrir o a resultar un guión insalvable.



En cambio, es en la idea del arco común donde se encuentra el fallo: aunque la película se haga muy llevadera por lo variado y breve de cada parte, y que se escuden un poco en el tema del manicomio para poder hilar situaciones tan dispares, esta hace que pierda bastante credibilidad..bueno, no es que a una cinta de este estilo se le pida demasiada coherencia, pero en realidad, algunos de los guiones parecen puestos ahí al azar, sin preocuparse por la correspondencia entre el narrador y lo que este cuenta. Lo mismo pasa con la trama del personaje principal, ese psicólogo que va extrayendo cada una de las historias. Si bien compensa mucho el ver a Michael Ironside haciendo de tipo duro, y su giro final recuerda mucho a algunos filmes antológicos de los setenta, la historia que lo acompaña resulta un poco forzada, casi algo necesario para aportar un nexo común a todos los elementos anteriores y de la que de golpe, se olvidan para ofrecer un desenlace más de género.



En un principio, Patient Seven no parece un filme antológico de premio, pero es todo un acierto: es breve, maneja muy bien los momentos de humor negro, y sobre todo, la falta de pretensiones y lo variado de cada situación recuerda mucho a las películas del mismo estilo que producía la Amicus hace unas cuantas décadas.


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