Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 27 de abril de 2017

Lecturas de la semana. Qué raro es todo...


"Ahí estás de nuevo leyendo cosas raras" es una de las frases que más a menudo he escuchado. Y que más me costaba entender porque el nivel de extrañeza no es un baremo objetivo: Ni M. R. James, ni Lovecraft, ni Terry Pratchett tienen por qué ser raros, ni la trilogía Millenium la norma (me voy a este ejemplo porque desde entonces no he vuelto a saber lo que se está vendiendo), ni al contrario. En cambio, si hay escritores que se salen de de la norma o de las lecturas habituales. Las historias de Thomas Ligotti son extrañas. La forma que tiene Jean Ray de entender el pulp también es extraña. El mundo de Gormenghast es de lo más desconcertante y el multiverso de Michael Moorcock también tiene sus momentos. Y los dos libros de esta semana también van sobrados de rareza...pero también los hace todo un descubrimiento.



Laird Barron. The Beautiful Thing that awaits us All. Con una primera novela donde se mezcla la narrativa pulp con las peleas ilegales, los agentes del gobierno y los Primigenios, Barron hacía quedar claro su estilo, y que un poco como Robert E. Howard, era lo que había: un tipo de terror muy visual y directo, pero también un tanto increíble y en el que se mezclaban influencias muy variadas. En esta colección de relatos abarca unos cuantos escenarios más y aunque las criaturas y situaciones que aparecen no son nuevas, este las adapta a su propio estilo, que en este caso, resultan bastante exóticas por lo concreto de cada ambientación. No hay un nexo común entre los cuentos, ni por temática ni por universo compartido, sino que estos pueden ir desde un caso de magia negra en la America rural de los años 20, hasta su propia versión de la licantropía, muy basada en los mitos de los nativos, pasando por una revisión muy sangrienta a los cuentos de hadas tradicionales e incluso una parodia sobre los escritores de terror modernos.

La recopilación termina mostrando una visión un poco más amplia de sus intereses de lo que podían hacer una novela, y estableciendo también los puntos fios y preferenias del autor. Pero también sus defectos: su tendencia a las tramas deslabazadas y  perderse demasiado narrando los antecedentes de personajes secundarios, que, aunque sean fascinantes, hace difícil volver a coger el hilo de la trama principal una vez se ha interrumpido para explicar a dos, tres o cinco personajes. En cierto modo, estas no son otras que sus características como el narrador de un tipo de historias donde a menudo, lo importante no es lo que iba a contar según el texto de contraportada, sino el cómo se detiene en cada una de los escenarios, y en cada uno de los personajes, que componen sus libros.



Stefan Grabinski. El demonio del movimiento. Un desconocido para mí hasta que Valdemar anunció que publicaría sus relatos. A partir de ahí resultó que además de considerarlo el Poe polaco, Thomas Ligotti era admirador suyo y que  sus relatos tenían en común con él la atmósfera de pesadilla y los personajes aislados de la sociedad. Pero, si los de Ligotti se caracterizan por la presencia de marionetas (como elemento terrorífico, y sobre todo como metáfora), los de Grabinski, al menos en esta colección, lo hacen por tener como elemento en común los trenes.

Estos están presentes a lo largo del libro, en unas historias que transcurren en estaciones, en máquinas o en vagones de tren y donde sus personajes principales son maquinistas, jefes de estación, pasajeros. Todos ellos afectados de una manera u otra por lo que el tren representa en cada caso: la necesidad de permanecer en movimiento, la huída, y también lo sobrenatural presentado de las formas más variadas. De las cuales, la más común es la presencia contínua del movimiento: un maquinista obsesionado con la necesidad de evitar las rutas circulares, un pasajero poseído por el "demonio del movimiento" que le obliga a emprender viajes hacia cualquier lugar, o las historias de terror, ciertas o no, que los empleados de la compañía ferroviaria cuentan entre ellos durante sus guardias.

Al menos este primera recopilación ha sido todo un descubrimiento: por lo poco visto de sus escenarios, por el estilo tan propio de entreguerras que emplea el autor (el libro se publicó en 1919), y por la sorpresa de haber encontrado a un autor nuevo, aunque hubieran pasado casi 100 años desde que sus textos vieran la luz.

jueves, 20 de abril de 2017

Golpe en la Pequeña China (1986). Como dice Jack Burton en ocasiones como estas...



Los ochenta fueron una buena época para el fantástico y la serie B, y gran parte de ello se debe al trabajo que desempeñó entonces John Carpenter. Durante esa década su producción fue de lo más variada, desde el terror gracias a La cosa y La niebla, la ciencia ficción y el cine de acción...e incluso a las películas “de chinos” de toda la vida. O más bien, a las de Fu Manchú y las de artes marciales con los mismos medios, pero más ingenio, de las que estas disponían.



Golpe en la Pequeña China transcurre en la Chinatown de San Francisco (me quedo con el nombre en inglés porque en castellano barrio chino es otra cosa, y no es plan de que me de la risa floja mientras escribo), donde Jack Burton, un camionero deslenguado, chuleta y de buen corazón, como todo héroe de acción que se precie, acompaña a su amigo a recoger a su prometida al aeropuerto. A partir de ese momento, con la irrupción de una de las muchas bandas que controlan la zona, y el secuestro de la joven, comienza una sucesión de situaciones enloquecidas: guerras de mafias a golpe de machete y artes marciales, magia negra y un malvado hechicero que ansía cumplir una profecía según la cual, casarse con una chica de ojos verdes lo librará de una maldición milenaria y le permitirá alcanzar el poder necesario para dominar el mundo.





Pese a no ser una comedia, la película no se toma en serio en ningún momento. El guión casi sirve para hilar secuencias de acción entre una explicación y otra, que sirvan al menos para saber quien es cada personaje o qué planes tiene el villano. Y tampoco es que dediquen demasiado tiempo a explicar las motivaciones de cada uno, ni cómo funciona la sociedad en Chinatown, sino que son las imágenes que hablan por si solas, a través de luchas de las tríadas en plena calle, burdeles, y magos que surgen de la nada, sorprendiendo tanto a un protagonista que se pasa la primera mitad del guión igual de desconcertado que espectador. Tampoco es que se eche demasiado en falta el trasfondo porque ese ritmo tan acelerado es muy adecuado para una historia que precisamente funciona por esa sensación de situaciones atropelladas, que no dan tiempo a pensar. Pero esa consciencia de lo alocado de cada una de las situaciones también proporciona una sensación muy marcada de ser un homenaje a la nostalgia que despertaba un género también marcado a menudo por la falta de coherencia, de ser un humor en realidad muy matizado por este factor, y no de tratarse de una verdadera falta de seriedad.



Es también la nostalgia la que hace que hoy, lo que más se recuerde de la historia sean también los personajes y algunos de sus diálogos. En especial, el Jack Burton interpretado por Kurt Russell, quien en esa época apareció en gran parte de la filmografía de Carpenter y que aquí encaja a la perfección el papel de caradura no muy brillante, pero también entrañable. Y también el que aporta la visión más pragmática a una historia donde mientras el resto de personajes hablan de magia, demonios y profecías, él se preocupa de los aspectos más mundanos, como el repartir estopa y sobre todo, recuperar su camión, un elemento muy secundario al principio de la película pero que también es un rasgo que define al personaje. Este contrasta con el de Lo Pan, quien reúne las características y manías propias de un villano desde los tiempos del Emperador Ming: ante todo, casarse con la chica. Y un poco sacado de la manga, dominar el mundo. Así, sin que quede muy claro, y porque lo dice un secundario. Lo que no supone un punto de coherencia en el guión pero sí irónico y referencial sobre este tipo de antagonistas. Haya sido intencionado o no.



Acostumbrado a trabajar con muy pocos medios, los escenarios pasan de ser unos planos generales en exteriores y en Chinatown a unos decorados aprovechados al máximo: casi toda la acción transcurre en restaurantes, almacenes, sótanos y una cámara donde abundan la decoración propia de un restaurante chino e incluso una enorme calavera de corchopán que se derrumba entre un despliegue de rayos y efectos de sonido de lo más simples. Tampoco faltan los maquillajes y los monstruos manejados de forma mecánica, de los que precisamente su carácter artesanal hace que estos efectos envejezcan mucho mejor que los CGI empleados en la década del 2000. Aunque, en este caso, tratándose de Carpenter y de esa década, es un poco difícil ser imparcial respecto a estos y cualquier monstruo hecho de plástico resulta memorable.



Golpe en la Pequeña China está lejos en cuanto a calidad de 1997 Rescate en Nueva York, por no hablar de La Cosa o La niebla. Pero es imposible no sentir simpatía por un héroe como el Jack Burton de Russell, por lo disparado y disparatado de sus situaciones, y por un guión que, sin nacer con vocación de comedia de las de soltar carcajadas, hace un homenaje al género muy particular.




miércoles, 12 de abril de 2017

Star Wars: Rogue One (2016). La secuela de las prec....¡¡Dios mío!! ¿¡Qué han hecho con Peter Cushing!?



Pudimos tardar treinta años en ver las continuaciones, o el prólogo, de La guerra de las galaxias original. Pero con Disney adquiriendo los derechos, una cosa estaba clara: la franquicia volvería al cine con más regularidad que en las últimas décadas. Primero, con una séptima entrega más que correcta, pero con la sensación de ser un reboot de la serie, y con una serie de historias intermedias para los años en los que estas no se estrenan. Entre los distintos proyectos, el más reciente ha sido uno tan concreto como los hechos anteriores a la primera Guerra de las galaxias, la construcción de la Estrella de la muerte, y sobre todo, cómo demonios un armatroste tan caro pudo tener un defecto estructural tan evidente.




En Rogue One no se utiliza la Fuerza, pero sí se la menciona como una consigna entre los antiguos creyentes y los primeros rebeldes. Tampoco hay jedis, ni héroes predestinados, aunque es precisamente la hija de alguien importante para los planes del imperio la que puede llevar a cabo los primeros pasos de una misión que será clave un tiempo después. Es el caso de  Galen Erso, el diseñador del arma imperial quien poco después quiso abandonar el proyecto y que escondió a su familia para evitar que esta fuera utilizada en su contra. Unos años después, en una Alianza rebelde fragmentada entre moderados y extremistas, Jin, su hija, parece ser la clave para poder detener los planes del imperio y la colaboración de Erso. Esta, lejos de estar comprometida con ninguna causa, solo quiere alejarse tanto de un gobierno para el que es una fugitiva, como para unos rebeldes para los que solo es una herramienta más. Pero en plan concebido por los rebeldes dista mucho de ser una misión de rescate, y el responsable del arma más poderosa del imperio tampoco se limita a guardar una lealtad ciega.





El aspecto más interesante de la película es el mostrar una parte del universo Star Wars que hasta entonces era habitual para los seguidores en comic o en videojuegos, pero no explotado a nivel cinematográfico: la historia de unos personajes independientes, alejados de las tramas sobre jedis y la Fuerza, centrándose en algo tan concreto como una de las misiones que llevan a cabo los rebeldes, aunque esta esté directamente vinculada a la historia principal. En este sentido, la narración es más cercana a un space opera bélico, donde se intenta dar una visión menos unidimensional de ambos bandos: frente a la lucha tradicional de las anteriores entregas, donde el imperio es malvado y recto, y los rebeldes buenos y valientes, estos últimos aparecen ahora retratados como ideologías dispares, algunos más fanáticos y despiadados, otros más prudentes y donde sus decisiones pueden suponer la muerte de inocentes. Una forma  de actuar menos heroica y más cercana a las historias de guerra modernas, que marca también la actitud de los personajes principales: bastante más desesperanzados y ambiguos que los que se presentaban en la trilogía original. Incluso los decorados, colores y vestuarios, siendo los propios de la serie y mostrando una gran diversidad de lugares y criaturas, se hacen eco del tono de la historia y muestran  una tonalidad más gris que sus predecesoras.




Esto no implica que se obvien las menciones al resto de elementos conocidos de la serie: no hay jedis, pero uno de los personajes cuenta con habilidades que pueden ser, o no, propios . de estos. Y siendo la historia previa a Star Wars, tampoco podían faltar  aunque sea breve, la aparición de los protagonistas de esta: Darth Vader, Leia rejuvenecida digitalmente o el almirante Tarkin resucitado para una secuencia tan corta que podrían haberse ahorrado una nigromancia digital que, entre actores reales sigue notándose y la convierte en un cameo incómodo.


Frente a la aparición de estos personajes, los protagonistas de la narración quedan en desventaja. Están bien construidos, se empatiza con ellos  e incluso los que tienen un carácter más cómico, como el creyente en la Fuerza y el androide, funcionan y  se ganan las simpatías del público. Pero pesa sobre ellos la sensación de ser una anécdota, que solo están ahí de paso. En otras palabras, muere hasta el apuntador. También es cierto que ahora no recuerdo si en La guerra de las galaxias original mencionasen que no hubiera supervivientes en esta misión, o si modificaron posteriormente ese diálogo. Y en una industria donde priman los finales felices y las secuelas, la decisión podría parecer arriesgada. En este caso, en cambio, hace sospechar que se debe a la intención de evitar que estos interfieran con los de la continuidad principal.




También se hace evidente que ante todo se ha ido a lo seguro: el guión cubre en apariencia un aspecto  del universo de las películas, pero los arquetipos que emplean son muy similares. Pilotos, rebeldes, androides respondones y un jedi que no es jedi. La estructura también es la propia de un blockbuster, donde queda reservado para el final una secuencia épica llena de altibajos y amenazas para los protagonistas que acaba haciéndose excesivamente larga, como pasó con el desenlace de El hobbit o el señor de los anillos.

Rogue One es, como su título indica, una historia de Star Wars. Una independiente, muy bien narrada y cuando menos, entretenida, pero donde parecen querer a toda costa cortar lazos con cualquier continuación y donde lo peor sigue siendo ese intento  de traer de vuelta a Peter Cushing. La infografía podrá hacer muchas cosas, pero recrear el talento, no.


jueves, 6 de abril de 2017

La cura del bienestar (2017). El balneario de los horrores


 
Gran parte del cine de terror que veo suele ser en casa. Con esto no me refiero a comprobar aterrorizada algún estropicio causado por Sabela y Narnia mientras estaba fuera (que son muy tranquilas, pero cuando la arman, ponen todo su corazón gatuno en ello), sino a que este es más habitual en la tele o en la pantalla del ordenador que en un cine. En parte porque para las salas grandes se quedan los estrenos importantes, y por otro lado porque en una localidad tirando a pequeña, es raro que lleguen producciones de terror aunque se distribuyan en España, si no son algo que ya hayan funcionado muy bien el extranjero, como pueden ser las de James Wan. Por suerte hace un par de semanas una producción, con un trailer lleno de anguilas, señores con batas blancas y gente que no ha tomado el sol en mucho tiempo se coló en las carteleras. No se si gracias a venir dirigida por Gore Verbinski, el mismo de la trilogía de Piratas del Caribe..y el que se estrelló con El llanero solitario. Quizá extrañe un poco viéndolo al frente de una de terror, pero ya se había encargado del remake americano de Ring hace varios años.
 

La cura del bienestar queda bastante lejos de aquel remake. En temática, estilo y atmósfera, que se traslada a un aislado balneario en los alpes suizos al que Lockhart, un ejecutivo, acude para sacar de allí como sea a uno de los responsables de su empresa y que se haga cargo de una arriesgada operación financiera. Lejos del ejecutivo agresivo que esperaba encontrar, este ve a un hombre apagado, obsesionado con la enfermedad y que se niega a abandonar el lugar. Algo que el protagonista tampoco podrá hacer cuando, tras sufrir un accidente, despierta en una de las habitaciones del centro en la que el director del balneario le informa que se harán cargo de tratar sus lesiones y ayudarle a recuperarse. Aunque la actitud demasiado apacible de los pacientes, lo extraño de los tratamientos y la presencia de una joven que asegura no haber salido nunca de ese lugar hacen sospechar a Lockhart que algo está sucediendo.



Lo primero que choca, antes incluso de comenzar la película, es la duración: casi dos horas y veinte, lo que para un género que funciona mejor con tiempos más cortos y siendo más conciso, parece un poco chocante. Una vez empezada, parece que la elección se debe al tiempo que destinan a crear atmósfera. Hay muchos planos destinados a generar una sensación determinada, sea el ambiente frío y despiadado de un entorno empresarial, o el aislamiento y aspecto un tanto intemporal del balneario y el pueblo que lo rodea. Una parte importante de la historia acaba siendo la intención de recrearse en el aspecto visual, que unas veces se aprecia el esfuerzo de crear algo original, de no quedarse en los cánones típicos de cualquier película de sustos prefabricados, pero que otras veces acaba resultando artificioso entre tantos planos de agua y escenas melancólicas. A pesar de esto, el desarrollar una historia con unos colores muy marcados (grises, azules y verde muy claro), o el no cortarse a la hora de incluir planos muy rebuscados y poco corrientes, como el que anuncia la llegada del protagonista al escenario principal, le aporta también la impresión de estar viendo algo distinto.



Esta escenografía se basa también en desarrollar unos escenarios, más que atemporales, muy anacrónicos, y que a veces no tendrían demasiada lógica para la historia: las habitaciones del balneario parecen más un sanatorio para tísicos que un hotel de lujo (incluso en un momento hacen un guiño a La montaña mágica de Thomas Mann), pero procuran compensarlo incidiendo mucho en el tema de la obsesión por la salud y haciendo aparecer en pantalla todo tipo de herramientas médicas de hace un siglo. El pueblo más cercano está lleno de aldeanos que recelan del balneario y donde los habitantes más jóvenes van vestidos como punks de los ochenta. Otra mezcla bastante curiosa pero que también recuerda mucho a la imagen clásica de los lugareños asediando el castillo del científico loco. Y una gran parte del metraje, quizá excesiva, también se dedica a cortar al protagonista con cualquier enlace que pudiera tener con el mundo moderno, a mostrar la actitud de los huéspedes, y sobre todo, hasta el último recoveco del escenario.



El planteamiento de la historia y los personajes también bebe mucho de las fuentes clásicas. Si el primer elemento, como el castillo y sus alrededores, aportaba esta impresión, esta se completa con los personajes: un joven extranjero llega a un entorno cerrado, marcado por una historia macabra que abarca varios siglos. Hay una mujer misteriosa y un lugar que esconde un secreto esperando ser descubierto por el protagonista. Todos estos son giros y estereotipos reconocibles, que recuerdan al terror clásico o al gótico. Y que, como pasa a menudo por eso, a menudo se sacrifica la lógica en favor de la atmósfera y lo fantasmagórico. Una aproximación que contrasta en determinados momentos con la crudeza de algunas situaciones más realistas, donde se rompe por completo el ritmo pausado que se mantenía de la forma más violenta: es el caso de un accidente donde no se esconde la agonía de un ciervo atropellado (y que da más pena que un tiburón financiero accidentado, todo sea dicho), una tortura dental con todo lujo de detalles o el incendio que marca el desenlace del guión, rodado de una manera más realista y opuesta a las secuencias anteriores



Es esta mezcla de terror gótico, escenarios extraños y una historia donde la atmósfera tiene tanto peso como la historia (también muy clásica, y lejos de lo que funciona seguro en taquilla), lo que hace que La cura del bienestar se convierta en una película muy distinta y a menudo, fascinante. Pero también hace que a medida que el guión avanza, este esté bastante perdido: en su contra una duración excesiva, demasiadas ganas de recrearse en los escenarios, y un argumento que en la segunda mitad, más que avanzar, parece que en la segunda mitad va hacia delante y hacia atrás con un protagonista que acaba pasando más tiempo dando vueltas por un pasillo que encontrando una solución más directa a la trama.

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