Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 26 de octubre de 2017

Lecturas de la semana. Vecinos inquietantes y familias disfuncionales




Han pasado casi dos meses desde que escribí sobre más de un libro seguido. Por suerte, no es que mi velocidad de lectura se haya reducido, sino que los más recientes han sido algo más voluminosos de los que contaba. Salvo estos dos, claro. Porque parece que, salvo excepciones (de las que, por ejemplo, Mark Z. Danielewski es todo un especialista) lo extraño en la literatura funciona mucho mejor en un número de páginas escaso.



Roland Topor. El quimérico inquilino. Resumiendo: un tipo alquila un piso en París, no sin dificultades. El apartamento es feo, los vecinos y el administrador poco menos que le hacen mobbing y la fianza que tiene que pagar por él es astronómica. Lo que se parece sospechosamente a cualquier búsqueda de piso en una capital en el 2017 se va volviendo más extraño cuando Trelkovsky descubre que la anterior inquilina no ha fallecido tras intentar suicidarse, sino que aún se encuentra hospitalizada. Y que el temor a volverse una molestia para sus vecinos se convierte en una forma de vida enfermiza, no cocinando, empleando en lavabo o no bajando la basura ante el temor de que alguno de ellos pueda presentar una queja por ruido. Pero sobre todo, que la persona que habitó el apartamento va convirtiéndose en una constante en su vida, o más bien, sus hábitos y personalidad, que este intuye a través de los efectos personales que permanecen en el inmueble.

La novela se caracteriza por un humor muy negro, a ratos absurdo, y a ratos un tanto escatológico, y sobre todo, por un estilo un tanto surrealista en el que lo estrafalario, en su vertiente más oscura, va teniendo cada vez mayor presencia. Todo, sin que técnicamente, llegue a pasar nada: la historia se limita a seguir un poco el día a día de su protagonista en su nuevo apartamento, presentando cómo este va adquiriendo distintos hábitos y rasgos que enrarecen la atmósfera del libro, sin que, en cierto modo, llegue a quedar claro la veracidad de la narración o si esta es fruto de la paranoia. En todo caso, el humor negro acaba convirtiéndose en la única salida posible en el desenlace, y en cierto modo, en la manera de procesar los hechos que conducen a este.



Bruno Schulz. La calle de los cocodrilos. En las pocas entrevistas que da Thomas Ligotti, Schulz es un autor que menciona a menudo. No le había hecho mucho caso a este hecho, porque en todo caso, sus influencias resultan un poco difíciles de seguir. Gracias a La mano del extranjero descubrí que existía una traducción de sus relatos (además de una película) y que no era tan inaccesible como temía. Y fue una frase concreta la que me animó para empezar, al menos, uno de sus libros de relatos: “era un tiempo vomitado…un tiempo de segunda mano”. La vida de Schulz podría haber sido objeto de una adaptación cinematográfica. Escritor y pintor polaco, fue asesinado durante la segunda guerra mundial por un agente de la Gestapo, por algo tan mezquino como una rivalidad con el oficial que lo protegía. Se le conocería posteriormente como el Kafka polaco, aunque perfectamente podría ser el Schulz checo, y unos años después, tener al Schulz de Detroit.

La calle de los cocodrilos es una recopilación de relatos, inconexos en cuanto a situación y tiempo en un principio, pero ligados por un elemento común: la familia del narrador en distintos momentos. Pueden ser el comienzo del otoño, la enfermedad del padre o las aficiones de este, un personaje sereno pero estrafalario, permanentemente enfrentado a la asistenta de la familia como si se trataran de fuerzas opuestas y a través del cual, en muchos casos, lo extraño aparece de forma imprevista. En el entorno descrito por Schulz los personajes conviven con la colonia de pájaros exóticos mantenida por su padre, con la secta filosófica desarrollada por este o visitar un sanatorio donde sus internos han muerto y su presencia se debe únicamente a que el tiempo se ha detenido. Pero también un barrio comercial donde una tienda se transforma en un establecimiento menos respetable, sus empleados en algo distinto, y todo ello con la misma manera extraña del autor: una narración fluida, muy lírica (algunos párrafos parecen poemas en prosa) donde lo ajeno y lo imposible hace su aparición de una forma tan sencilla como la de haber sido encadenado a una narración más tradicional.

jueves, 19 de octubre de 2017

It (2017). Desconfía de los payasos en los días de lluvia


2017 ha sido un buen año para Stephen King. En un espacio de tiempo tan breve, ha conseguido ver adaptados a cine y televisión varios de sus libros. Y aunque La Torre Oscura no fuera el éxito de crítico y público que esperaban (aunque a mí me gustó horrores) y la nueva serie de la Niebla acabara siendo cancelada (se lo merecía por prometernos criaturas de otra dimensión y darnos el cambiazo por un telefilme), quedaba todavía la más difícil de sus obras y la que podría considerarse la joya de la corona de todo lo estrenado.



It, pese a lo controvertido de su contenido, donde el horror cósmico se mezclaba con el más crudo y cotidiano, consiguió ver en 1990 una versión en miniserie más que digna, donde en parte por los medios, y en parte por las normas televisivas, muchos aspectos se quedaban fuera. Pero que a pesar de esto, consiguió ser una de las producciones de terror más memorables de la década, en parte gracias a la presencia de Tim Curry como Pennywise, el payaso cuya apariencia ocultaba una criatura que cada 27 años se llevaba a varios niños de Derry, una pequeña ciudad que ya sin la presencia de un ser así era un lugar de lo menos recomendable: llena de violencia oculta, secretos y silencio, es un grupo de chiquillos al margen, por distintos motivos, de la sociedad infantil, quienes tras la desaparición del hermano de uno de ellos, son conscientes de su presencia y deciden enfrentarse a ella. Y si la idea de enfrentarse con doce años a un ser prehumano parece difícil, lo es más cuando este es capaz de convertirse en todo lo que ellos temen.




Esta nueva versión no se trata de un remake, sino de otra versión de la obra de King, y aunque el contenido será similar, la forma de enfocarlo es muy distinta. Especialmente porque el presupuesto y el carácter del público ha cambiado, por lo que la película tiene muchos factores a su favor. En cambio, era difícil olvidar algo tan simple como la capacidad con la que Tim Curry podía infundir temor sin apenas efectos especiales, y sin más caracterización que un traje de payaso tirando a simple, como el que podría verse en cualquier fiesta infantil. El nuevo Pennywise toma un aspecto muy distinto, remitiendo a los payasos del siglo XIX con un traje y un aspecto de arlequín mucho más detallado, pero también mucho más ajado y de colores más opacos. Y en el que el encargado de darle vida, Bill Skarsgard, opta por interpretarlo de forma que su presencia sea una amenaza mucho más abierta, y donde ya en sus primeras apariciones su actitud transmite una mayor sensación de demencia y de ocultar lo que es verdaderamente.


 
En persona vs. foto de Tinder (atención: chiste mainstream)

Si bien el libro estaba ambientado a caballo entre finales de los cincuenta y finales de los ochenta, el guión da un salto para narrar unicamente la primera parte, centrándose en unos protagonistas infantiles hace treinta años: un salto de generación pensado, del mismo modo, para el público adulto que reconozca los escenarios de la película como parte de su infancia. Y aunque los ochenta que presenta están muy bien reflejados, estos carecen de la nostalgia con la que se pudo potenciar Stranger Things. O al menos, no demasiado: siempre conserva cierto punto donde se explota un poco la imagen de infancia idílica que hace pensar en esos años, como los paseos en bici, la impresión de las vacaciones que duran siempre o unas canciones que suenan en los momentos acertados. En cambio, procuran mantener ante todo la época en la que viven los protagonistas, con todos los aspectos negativos y neutrales que conllevaban: las comunicaciones limitadas, o el que todo lo que puedan descubrir los protagonistas se encuentre mediante bibliotecas.



Dentro de los matices más oscuros que se muestran, es la propia ciudad de los personajes: ciertas situaciones que ya en el libro eran muy controvertidas, y algunas que dudo mucho que se lleguen a ver nunca en pantalla, pero que aquí se trasladan con mucha sutileza: en la ciudad de Derry se entreven habitantes mucho peores que Pennywise, y si bien no se regodean en ella, un lugar marcado por la violencia, el secretismo, y donde cualquiera puede ser un psicópata, resulta más inquietante.



Por este motivo el desarrollo del guión se convierte en una mezcla de elementos sobrenaturales y horror real, de modo que en algunos momentos la película es una sucesión de sustos y escenas costumbristas. Un estilo que se hace un poco repetitivo,en el que el montaje hace que estas se alternen de una forma que parece puesta en orden. Pero que por separado son muy efectivas: al guión se le suman unos actores principales muy competentes pese a su edad (y uno de ellos reconocible por Stranger Things), mientras que las escenas macabras se desarrollan con un imaginario muy cuidado y donde detallan al milímetro lo grotesco de los miedos de los miedos de los protagonistas y lo que oculta verdaderamente el personaje de Pennywise.

Aunque esta versión de It se limite a rodar la primera parte de la historia, sin hacer referencia a su continuación treinta años después, la idea no ha sido mala: por un lado, han creado una historia independiente, aunque haga un poco que el resto de la narración pueda verse un poco como una secuela y no como un todo. Por otro, se aseguraban al menos poder cerrar esa primera parte en caso de no poder continuarse. Que, vistos los resultados esta vez, no va a ser el caso.




jueves, 12 de octubre de 2017

Piratas del Caribe: La maldición de Salazar (2017). Recordaremos esta película como la película con la que nos despedimos de Jack Sparrow


Con Piratas del Caribe me pasa algo parecido que con Harry Potter: no soy fan acérrima de la serie pero he acabado viendo todas sus entregas. En elcaso de la franquicia de Disney, tiene más delito, porque en cierto modo, cada una me desilusionó un poco: el trailer de la primera prometía para mi asombro una historia con piratas zombie. En realidad se trataba de una película de aventuras, muy inocua y para toda la familia, llena hasta la bandera de secuencias acrobáticas (no en vano la inspiración original era una atracción de Disneylandia). La segunda, tras el cliffhanger final, presentaba algo más tentador: piratas y profundos...Además de confirmar que todo mejora con piratas, el efecto fue similar a la anterior. El cierre de la trilogía, una vez aceptado que la saga nunca iba a ser lo que yo quería, me pareció más aceptable. Pero ya a partir de la primera entrega quedaba clara una cosa: que el capitán Jack Sparrow, un pirata un tanto ridículo, pero carismático y un genio oculto tras su aparente patosidad, se había convertido en la estrella. Algo que intentaron aprovechar en una cuarta secuela, ajena a la trama de la original, donde terminaba por quedar clara otra muy distinta: que Jack Sparrow brillaba más cuando se retiraba al papel de secundario o coprotagonista en lugar de ser el principal.



La maldición de Salazar decide regresar un poco a los orígenes, retomando la historia de la Piratas del Caribe original, aunque con un salto temporal importante: han pasado 20 años desde que Will Turner se convirtiera en el capitán del Holandés Errante, y ahora su hijo busca la manera de liberarlo mediante el tridente de Poseidon, un objeto legendario capaz de romper todas las maldiciones del mar. Porque el Holandés solo es una de tantas: el barco del capitán Salazar también vaga por el océano matando a las tripulaciones de los navíos que se cruzan en su camino, conservando a un solo superviviente al que encomienda el contar los hechos. Porque, como dice el título original en inglés, los muertos no cuentan historias. Henry Turner es uno de los desafortunados que se ha cruzado con él, y ahora ambos buscan a Jack Sparrow: el primero, para vengarse del pirata que lo derrotó, y el segundo, por ser el único capaz de ayudarlo a localizar el Tridente. Bueno, y también hay una astrónoma, a la que todo el Caribe se ha empeñado en condenarla por brujería. Y el capitán Barbossa, porque la serie no estaría completa sin el principal rival de Sparrow.



Aunque con cada entrega el personaje de Johnny Depp fuera cobrando más protagonismo, en esta deciden dar un poco un paso atrás y, volviendo a la trama inicial, este se convierte más en un punto alrededor del que pivotan el resto del reparto. Una buena decisión porque aunque este fuera el mayor acierto de la serie, se debía un poco a que en el fondo, estos resultaban un tanto sosos en comparación con lo que ofrecía Depp, Geoffrey Rush e incluso la pareja de piratas que durante las entregas anteriores se encargó de los momentos más cómicos. En este caso, han vuelto a caer en el mismo error, Henry y Carina son unos héroes que se limitan a cumplir su obligación de tirar del resto de piratas y que en el caso de la última, se convierte un poco en el añadido obligatorio para toda superproducción. Al igual, por desgracia, que el capitán Salazar: estamos viendo Piratas del Caribe, y es necesaria que haya un antagonista sobrenatural presente. Sean zombies, hombres molusco o fantasmas marinos.



La el desarrollo de Jack Sparrow en este caso ha sido uno de los más interesantes: cada vez más caricaturesco, el pirata que hace su aparición parece haber tocado fondo y ser un hecho conocido por todos: la pérdida de confianza de su tripulación, la reducción gradual de la recompensa que se ofrece por su captura, una actitud cada vez más grotesca, donde no se escatiman chistes sobre (falta de) higiene, y sobre todo, una caracterización final como alcohólico que resulta muy curiosa teniendo en cuenta las horas bajas en las que se encontraba el actor durante el rodaje. El contraste entre el declive del personaje con el momento en el que se ganó el respeto de su tripulación, y su posterior redención acaba convirtiéndose en una parte importante de la historia que, en cierto modo, adquirió popularidad gracias a él.



En comparación con las tres primeras, el tono de la película también parece más calmado: las acrobacias y las secuencias de acción imposible siguen siendo una parte importante, y a la que le dedican un buen rato en los primeros minutos, para irse volviendo un tanto más pausada y menos cómica, más acorde con unos antagonistas y unos escenarios más oscuros. Tan oscuros, en algunos casos, que parece que hacen fundido a negro, porque el contraste entre los fantasmas de Salazar y las batallas marinas frente a los planos de islas tropicales y mares en calma es mucho mayor que en las anteriores.


Sin quedar demasiado claro si habrá un Piratas del Caribe 6, La venganza de Salazar supone un cierre bastante adecuado a una historia que iban desarrollando más bien como justificación a unos efectos especiales de los que procuraban hacer la mayor gala posible. Y que, una vez superado el “mira todo lo que podemos hacer” que tuvo lugar en los primeros años del 2,000, acabó tomando un poco más de forma e interés. No tanto por el carisma de sus protagonistas sino por el que entonces desbordaba el Capitán Jack Sparrow

jueves, 5 de octubre de 2017

Verónica (2017). Ocultismo, Vallecas y Héroes del Silencio


En 2007 Paco Plaza la cartelera con una película donde mezclaba de forma muy hábil el rodaje con cámara en mano, los infectados y hasta las posesiones diabólicas. Aún con entregas un poco irregulares, esta dio para una franquicia bastante divertida. Es curioso que justo diez años después vuelva a presentar una producción de terror recurriendo a temas que en general, no se emplean demasiado en España. Si en Rec optó por los zombies (perdón, infectados) y la filmación desde el punto de vista de sus protagonistas, el guión de Verónica está basado en algo que nos parece habitual en cada entrega de Expediente Warren, pero no tanto en el género fantástico local como sería el contar con un guión inspirado en hechos reales.



Verónica es el nombre de la joven protagonista, y autora de una llamada que la policía de Vallecas recibió una noche de 1992, registrando en sus informes el que sería el único caso de poltergeist del que hay constancia oficial. Pero eso es solo una parte de la historia, porque esta comienza unos pocos dias antes: cuando Veronica, una joven de quince años, huérfana y un tanto abrumada por su papel como cuidadora de sus tres hermanos, decide celebrar una sesión de ouija junto a dos amigas para intentar contactar con su padre. Esta termina con un enorme susto y una espantada por parte de dos de ellas, mientras que para la protagonista comenzarán una serie de terrores nocturnos que irán volviéndose más reales: golpes en la oscuridad, una sombra que deambula por su casa y la sospecha de que, lo que hubiera contactado mediante el tablero, volverá a por ella y sus hermanos.



La impresión que produce una vez terminada la película es que esta ha sido un acierto pleno: con una hora y media escasa, resume perfectamente lo que acontece en menos de tres días, dándole en cambio a cada momento una sensación de lentitud muy acertado teniendo en cuenta las situación de su protagonista: además de tratarse de una adolescente, para quienes una hora de clase o un fin de semana parecen mucho más largos que a un adulto, es alguien que se encuentra aterrorizada y cada momento de tensión dura una eternidad.



La ambientación no es otra que la época en la que los sucesos que la inspiran tuvieron lugar, pero también ha sido uno de los elementos más atractivos: son, simplemente los noventa. Pero los de verdad, no los de la nostalgia, donde aparecen las cosa que el público recuerda, las que ya ha olvidado y las que preferiría olvidar. El barrio donde tiene lugar la historia, donde los yonkis campan a sus anchas, los bares donde los parroquianos comentan el futbol a gritos o donde Cajón desastre era el programa infantil estrella los sábados se presenta como algo real, y habitual no hace mucho. Y donde el interés de la protagonista por el ocultismo viene gracias a los fascículos de los kioskos y no a internet, y donde precisamente por su desconocimiento, tiene lugar uno de los momentos de mayor humor negro de la película. Sin decir nada más, todo surge precisamente a partir de un detalle tan simple como el que esta ignore lo que es un mantra.


 
Una de las cosas que más miedo dan después de los espectros: las monjas

El tratamiento de la trama sobrenatural está muy vinculado a los personajes, y especialmente, a cómo se suele analizar los fenómenos poltergeist en la parapsicología, como son la aparición de la ouija y sobre todo, un personaje central en la adolescencia y sometido a mucha presión. Una sorpresa, pero de las buenas, es el conjunto de los secundarios que la rodean: bien caracterizados, y en ningún momento juegan a volverlos insufribles para polarizar la situación. Los hermanos menores de la protagonista son muchas veces irritantes, a veces graciosos, pero niños a fin de cuentas (bueno, una casa con tres críos armando jaleo es casi la pesadilla de cualquier hijo único) y el espectador acaba sintiendo el mismo temor por ellos que el que puede tener el personaje principal . Las interpretaciones de estos, era de esperar, están muy lejos del arquetipo de niño irritante o repollo que acabó vendiendo la televisión durante varios años. Y Sandra Escacena en el papel protagonista puede estar muy satisfecha con su debut, porque salvo algún momento en el que parece estar un poco perdida en una escena de suspense, lleva el peso de la película con éxito.



Queda lo más importante en una cinta de terror: los sustos. Sustos, tensión o suspense, si queda más fino. Y más adecuado al tono de la historia: pese a no eludir la parte sobrenatural, contando con un par de apariciones fantasmales, esta es mucho menos exagerada, y más gradual, que lo que podría aparecer en un Expediente Warren o Insidious: juegan un poco con la ambigüedad, no quedando a veces claro donde termina la pesadilla y donde empieza lo real, y en todo momento se limitan a mantener la tensión, en sugerir más que mostrar hasta el desenlace, donde todo se hace más evidente y violento para los personajes, y sin ceder al truco sobresaltar subiendo el volumen para asegurarse que funcionen.



Aunque se estrenase en una fecha tan poco propia para el terror como es agosto, y con una competencia posterior tan dura, en calidad y medios como es It, Veronica ha sido todo un acierto y seguramente una de las mejores películas de terror que se han podido ver este año. No sé si Paco Plaza quiso repetir el éxito de Rec, pero ha acertado de pleno.

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