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jueves, 19 de abril de 2018

T. E. Grau y la oscuridad innombrable. Homenajeando a los clásicos recientes


Lo de no juzgar un libro por la portada, si se toma en sentido literal, es una de las frases más ciertas que puede haber. Algunos realmente buenos han tenido que sobrellevar unas cubiertas atroces, y si me hubiera fiado de ellas, me habría quedado sin descubrir algunas novelas excelentes de la colección Super Terror de Martinez Roca o las aventuras de Harry Dickson (bueno, en ese caso, decidí empezarlas para descubrir que albergaban aquellos horrendos fotomontajes). En otros casos, no es así, y la ilustración que los presenta puede variar entre lo simple, lo elaborado, ser lo suficientemente llamativo o directamente, el adecuado para la historia que esconde en sus tapas.



La oscuridad innombrable, de T. E. Grau, fue uno de esos casos. Esta se limita a dibujar una figura cadavérica en un fondo oscuro, al igual que la edición estadounidense, algo muy adecuado y enigmático para un título de los que hace pensar “aquí tiene que haber algo lovecraftiano sí, o sí”. No es una sorpresa, porque H. P. L. es uno de los referentes directos de la recopilación de relatos de este autor, que abarca el terror en distintas facetas: los entornos urbanos, lo sobrenatural, el humor negro, muy presente, y sobre todo, el horror cósmico que en mayor o menor medida, está presente en cada uno de los cuentos. De hecho, estos han sido previamente publicados en otras antologías de carácter temático, y en casi en su totalidad estas están relacionadas con Los Mitos de Cthulhu.

Precisamente lo que caracteriza a la mayoría de sus cuentos es el tono de homenaje: H. P. L. parece haberse convertido en marca de la casa, pero también es fácil reconocer situaciones con las que Robert E. Howard se habría sentido cómodo, los giros de los cómics de la E. C. e incluso a autores de culto más recientes como Thomas Ligotti o Laird Barron. En ese sentido, Grau no inventa nada: la mayoría de sus cuentos acaban recordando a algo leído previamente, bien por estilo o bien por los elementos que usa. Algo que el autor no esconde y en el apéndice final incluye una lista de escritores, situaciones y elementos de la cultura popular que le sirvieron de referencia a la hora de escribir.



El parecerse a un montón de cosas que han aparecido hace tiempo no parece una buena carta de presentación. A veces da un poco la impresión de que todo está inventado y que no queda otra que limitarse a los homenajes o dar vueltas sobre temas que se han convertido en habituales dentro del fantástico. Pero en este caso, no pretende ser algo fuera de lo común ni venir como solían poner a menudo en las contraportadas de las novelas de los ochenta, a revolucionar el género. Grau cuenta historias, teniendo muy presente lo que lo ha influenciado a la hora de escribirlas, y lo que es más importante, las cuenta bien. Es un narrador con un estilo muy atractivo, que es capaz de crear una atmósfera inquietante, algo muy necesario para el tipo de relatos de su libro, y con una sorprendente habilidad a la hora de sugerir situaciones en las que el horror es algo real sin hacer una sola mención directa: en El gran chapuzón de Gordinflón se sirve de la mirada de un niño para describir una ciudad y a unos personajes miserables. Limpieza, el segundo relato, describe la forma de actuar (y por suerte, el destino que le espera) a un pederasta de manual, y, en un escenario completamente distinto, recrear un cuento de hadas gótico en Señor Lobo.

Si sobre La oscuridad innombrable empezaba hablando de portadas e ilustraciones es porque, al menos en la edición española, este supone un factor importante: uno de los formatos que menos me gustan en el mundo editorial es la rústica con solapas (¿qué eres? ¿Un libro con sobrecubiertas? ¿Una edición de bolsillo? ¡Decídete por uno y no te quedes con la encuadernación y el precio de ambos!), y fue el le tocó al libro de Grau. Pero que se ve compensado por una edición muy cuidada: el tamaño bolsillo sin ser bolsillo se ve compensado por las láminas de Odilon Redon que acompañan a cada relato, y por nada menos que una banda sonora, en forma de playlist de youtube incluida en la primera página. Desde luego, no se me habría ocurrido escuchar a Florence and the Machine leyendo una antología de relatos lovecraftianos.


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